México

Tren parlamentario

Una iniciativa con larga historia

La diputada federal del PRI Rosalina Mazari Espín ha propuesto que el segundo periodo ordinario de sesiones deje de tener sólo 89 días de duración y, en cambio, se le amplíe a 164, para que sumados a los 106 que dura el primer periodo ordinario, pueda entonces el Congreso de la Unión sesionar anualmente 270 días.

Hoy, la suma del primer periodo ordinario de sesiones –el de septiembre a la mitad de diciembre- con el segundo, cuyo lapso es del primero de febrero al 30 de abril, es de 195 días. Y no está por demás decir que estos poco más de seis meses de trabajo ordinario siempre han sido totalmente insuficientes para sacar tanto trabajo que las Cámaras tienen.

Este sábado, Mazari Espín aportó los siguientes datos del derecho parlamentario comparado: Aún cuando en 2004, una reforma al artículo 66 constitucional amplió 45 días la duración del segundo periodo ordinario de sesiones (antes sólo tenía una duración del 15 de marzo al 30 de abril), de todos modos resultó insuficiente porque no incidió en la terminación del rasgo legislativo y sigue colocado el Congreso mexicano “por debajo de la media internacional, cuyo promedio de duración de los periodos ordinarios de sesiones es de nueve meses”.

Mazari Espín escribió en un comunicado: “Argentina sólo tiene un periodo ordinario de sesiones, que inicia el primero de marzo y concluye el 30 de noviembre; son nueve meses continuos; el Congreso de Brasil legisla al año 10 meses dos días; en Colombia, la Constitución establece dos periodos ordinarios, que dan un total de trabajo de ocho meses. Y en México, hasta antes de la reforma de 2005 sesionaba el Congreso de la Unión menos de cinco meses, y después y hasta la fecha poco más de seis”.

Todavía más, del derecho parlamentario comparado: en Alemania, dijo ella, sesionan todo el año, en Francia, nueve meses, y en Portugal, 10.

Después, la legisladora ha expresado que “en un régimen democrático el Poder Legislativo es y debe ser contrapeso real del Poder Ejecutivo, éste último caracterizado por su fortaleza económica, la facultad constitucional de publicar leyes, así como proveer en la esfera administrativa su exacta observancia y su fuerza pública por los órganos coercitivos del Estado mexicano”.

Incluso, la priista ha agregado que “frente a ello, un Congreso que sesiona poco se vuelve débil al no poder atender las iniciativas planteadas en su interior y frenar el trabajo de sus comisiones ordinarias, todo lo cual repercute también en el quehacer de los centros de investigación en ambas cámaras del Congreso, en los órganos administrativos y la constante labor de fiscalización de los recursos públicos del país”.

Antes de Mazari Espín, diputados del PRD y PT lo han estado proponiendo, desde hace años. En 1999, cuando se reformó la Ley Orgánica del Congreso General, uno de aquellos diputados que más insistían en cambiar de veras el modo de caminar del Congreso era Pablo Gómez Álvarez. Pero lo mayoritearon priistas y panistas, y muchas de sus propuestas –una de ellas consistía, precisamente, en ampliar a nueve meses la duración de los dos periodos ordinarios, cuando menos- fueron enviadas a la congeladora, que no es otra cosa que el bote de la basura de las comisiones ordinarias, tan utilizado cuando a los partidos más grandes no les conviene una reforma de este calado.

Mazari debe saber que el partido político al que ella pertenece ha sido un verdadero problema para el Congreso de la Unión, porque con la idea de que regresará a la Presidencia ha evitado al máximo que el Congreso de la Unión se fortalezca. Sería muy interesante ver cómo Mazari Espín convence a sus compañeros de que el Congreso debe ser sometido a reformas que lo conduzcan a ser un verdadero contrapeso del Ejecutivo Federal. Una de tales reformas sería esa que ella propone: ampliar la duración de los periodos ordinarios de sesiones.
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