México

Tren parlamentario

Cuando el discurso no empobrece

A tiro de piedra de que se cumplieran los primeros 100 años del inicio de la Revolución de 1910,  el Congreso de la Unión se subió en los estribos del viejo ferrocarril de los discursos  y se puso a hablar –sin comprometerse, por supuesto– de un país atiborrado de analogías entre lo que sucedía aquel año y éste, el 2010.

“La nuestra no es una revolución dogmática ni propugna la aniquilación de una parte de la sociedad por otra”, decía en la tribuna de San Lázaro el coordinador priista Francisco Rojas Gutiérrez. “Es un proceso histórico abarcador, una concepción moral y política en la que cabemos todos, sin discriminaciones por motivos étnicos, religiosos, ideológicos, sociales, económicos o de cualquier otra índole”.

Rojas llamaba la atención notablemente este jueves 17 de noviembre de 2010 porque, justamente a esa hora, 14 diputados federales del PRI afiliados a la Confederación Nacional Campesina (CNC), con Cruz López Aguilar a la cabeza, acababan de firmar un documento en el que han planteado al resto de los 238 diputados del PRI  la exigencia a Rojas de que renuncie al liderazgo formal de los priistas de San Lázaro. Y el argumento fundamental que enarbolaban no era otro que la acusación directa, sin ambages, de que Rojas Gutiérrez es un traidor, porque en la negociación que sostuvieron los cenecistas por los recursos para el campo mexicano éste prometió apoyar y terminó votando en contra.

Daba su discurso para múltiples interpretaciones; pero la carta aquella donde exigen su renuncia como coordinador del PRI, hacía que resaltara el siguiente párrafo: “Debemos entenderlo bien de una vez por todas: sin justicia social la libertad es una ficción, es palabra hueca, es adorno para el discurso, pero sin el ejercicio pleno de las libertades tampoco es viable la justicia social”.

Eso de la justicia social era, precisamente, ha estado en el caldo de cultivo de quienes exigen su renuncia: Cruz López Aguilar  estuvo reiterando toda la semana que era de “justicia social” entregarle los recursos al campo, con el que el Estado mexicano tiene cada vez una más grande deuda.

Una de las analogías trataba de la migración. Francisco I. Madero reclamaba en los preludios de la guerra de 1910 –citaba Pedro Vázquez, coordinador del petismo– que era grave y doloroso ver cómo cada día más mexicanos se iba a Estados Unidos en busca de trabajo, porque acá nomás no encontraban. “Y en 2008”, restregaba Vázquez, “12.7 millones de mexicanos emigraron a los Estados Unidos, y la cifra en 2010 debe ser hacia arriba”.

Apenas un atisbo de autocrítica en la Cámara de Diputados, cuando Vázquez evocó el martirio del senador  Belisario Domínguez, derivado del ese sí discurso histórico del 23 de septiembre de 1913, cuando criticó con gran severidad  a Victoriano Huerta.

“El senador Belisario Domínguez”, remachaba Vázquez, “fue asesinado por los esbirros de Huerta el 8 de octubre de 1913. Este gesto heroico del senador nos demuestra que desde el Poder Legislativo podemos realizar acciones a favor del pueblo y de su mejoramiento social y material”.

Ningún otro de los que ahí se posicionaban asegundó el camino que abría Vázquez.  En esta LXI Legislatura, la Cámara de Diputados y el Senado de la República han sido objeto de severas críticas por no cumplir con su función constitucional más sentida, la de servir de contrapeso de quienes ejercen el poder. Y aún más: se les ha relacionado –con subordinamientos a ultranza– a estas dos Cámaras con  poderes fácticos como los de la televisión comercial.

Uno de los oradores de ayer, en San Lázaro, fue Juventino Castro y Castro, diputado federal del PRD.  “Recordamos el día de hoy”, decía este legislador que insufló a su nombre un gran prestigio profesional en los territorios del Poder Judicial, “la gesta social de mayor significancia en México. Es comparable únicamente con la insurgencia libertaria que nos dio nación y nacionalidad. El movimiento social de 1910 que hoy recordamos nació bajo una especialidad que no encuentra paralelo en ningún país del mundo. México es pionero en él respecto al reconocimiento constitucional de los derechos sociales como garantías de sus habitantes”.

Pero entonces acotó: “Lamentablemente esta conmemoración de la Revolución Mexicana ha perdido importancia, pues se ha convertido en una celebración de trámite”.

Por Acción Nacional habló el chihuahuense Javier Corral Jurado.  Dos elementos sobresalieron en su planteamiento: que es el momento de revisión para una nueva época de reforma política y que la revolución triunfará si del anhelo pasa a la realidad.

Pero se dio su tiempo para patearle las canillas al PRI: “Es como bien lo identificaron Meyer y Aguilar Camín en la sombra de la Revolución Mexicana, el federalismo había tomado la forma operativa del cacicazgo; la democracia, el rostro de la dictadura; la igualdad, el rumbo de la inmovilidad social; el progreso, la forma del ferrocarril y la inversión extranjera; la industriosidad, la forma de la especulación, la apropiación de bienes que agrandaron caudales, sin capitalizar al país”.

Javier, ni más ni menos, soltaba un marrazo al pilar de aquel viejo modelo político con que la Revolución se apeó del caballo en 1927: el PNR, después PMR y ahora PRI.

Y como estaban en la hora de los discursos y no de los compromisos, pues la tribuna parecía competencia de a ver quién hablaba más bonito. Y Francisco Rojas no se dejó:
“Transcurrida la fase armada”, hubo dicho el priista, “la Revolución se convirtió en proceso creador y se renovó en cada estación histórica del mundo cambiante del siglo XX.  Su doctrina es la base para comprender el país que somos, para identificar sus potencialidad, para dar sentido de actualidad y perspectiva de futuro a nuestros valores”.

Sí; hablaban de la Revolución de 1910. A tres días del Centenario de su inicio.
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