México

Tren parlamentario

La Conagua, inundada

En 48 horas, coinciden expertos y la Comisión Nacional del Agua (Conagua), llovió en Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León el equivalente a un año en la Ciudad de México. Y afirman que esas lluvias son atípicas; es decir, nada comunes, y sí consecuencia de la alteración de los climas en todo el mundo, cuyos efectos en esta generación son todavía impredecibles.

La Conagua –el organismo del Gobierno federal encargado de atender todo lo que tenga que ver con el agua en el país-- ha sido virtualmente sepultada por el fenómeno desbordante que ha significado esta lluvia con rasgos de diluvio.

Ciertamente gran parte de su ineficiencia es por lo abrumador y lo inédito del problema, pero también es derivado de la tremenda ineptitud y falta de planificación del Estado en torno de ese factor fundamental de vida como es el agua. Y, ya se sabe, cuando no se planea mucho se pudre.

Es inaudito que un país como México no cuente con la infraestructura hídrica suficiente para enfrentar fenómenos que si bien ahora se van haciendo extremosos, han existido desde siempre, por ser la geografía mexicana zona de huracanes y porque, también, hay grandes extensiones del país donde el agua escasea.

Cada que llueve en alguna parte del país, como ahora, desde el sentido común mucha gente suele preguntarse por qué habiendo tanta agua en México, hay también tantos suelos semiáridos, erosionados y con los bosques en franca retirada. Pero sobre todo tantos lugares donde la población vive con el agua literalmente hasta el cuello, y tantas otras que no tienen ni para sus necesidades básicas.

En México, admite la Conagua, sólo hay actualmente cuatro mil 462 presas y bordos de almacenamiento, de las cuales unas 170 tienen la condición de mayores por su capacidad kilométrica de captación, como la Internacional “La Amistad”, Internacional “Falcón”, “El Cuchillo”, Marte R. Gómez, “Venustiano Carranza”, “Don Martín” y “Cerro Prieto”, éstas pertenecientes a la Cuenca del ahora engrandecido Río Bravo.

Para expertos en el tema, como lo es el diputado federal priista Alberto Jiménez Merino, de aquellas cuatro mil y pico de presas, cuando menos 900 tienen azolvada la mitad de su capacidad de captación. La falta de planeación hídrica en el país, ha dicho a este reportero, ha provocado que la infraestructura hidráulica se vulnere cada año más y más. Ese azolve, ha dicho, es indicador de que los suelos van erosionándose y haciéndose menos productivos.

Un dato que Jiménez Merino ha reiterado desde que llegó a la Cámara de Diputados, hace 10 meses, y que al parecer a nadie en el Congreso conmueve, es el de los 247 kilómetros cúbicos de agua que, cada año, se van al mar porque no existe la infraestructura hidráulica suficiente –y, por supuesto, tampoco la cultura de aprovechamiento del vital líquido-- para su aprovechamiento.

Las grandes presas son difíciles de lograr, ha dicho el diputado a este espacio, pero podría el Estado mexicano proveerse de almacenamientos de no gran tamaño, de tamaño suficiente para surtir de agua a uno o un grupo de productores. O a un ejido.

“Necesitamos”, dijo Jiménez este sábado 10, “entre dos y tres jagüeyes grandes de una hectárea cada uno, para aprovechar el agua en las comunidades, y para recargar acuíferos”.

--¿Y las grandes presas, qué? –se le preguntó a Jiménez, en cuyo currículo figura haber sido rector de la Universidad Autónoma Chapingo y secretario de Desarrollo Rural del Estado de Puebla.

--Se tiene que seguir construyendo mucha infraestructura. Pero no grandes presas, que han sido centro de grandes conflictos entre comunidades y autoridades. Hagámoslas ahora pequeñas y medianas. Las presas de nivel parcelario, comunitario. Creo que tienen mayor rentabilidad para el abasto de agua para el uso productivo, en comparación con los grandes proyectos que son cada vez más complicados”.

Hay propuestas sobre el uso del agua que tienen ya visos de legendarias, porque finalmente no provocaron ecos en las autoridades para su consecución. Verbigracia: desde los años ochenta, Durango y Zacatecas pidieron a la Federación que se construyeran centros de almacenamiento en la Sierra Madre a la altura de Sinaloa, para desde allí llevarla en canales a sus campos y, sobre todo, convertir al semidesierto en zonas cosecheras.

En Ciudad de México, donde llueve tanto y se desperdicia tanto el líquido, hubo expertos de la UNAM que, desde los años ochenta, también propusieron construir grandes vasos de captación de agua de lluvia para filtrar ésta al subsuelo y detener así, paulatinamente, el hundimiento y resquebrajamiento de la metrópoli.
Nada de esto ha fructificado, más por motivos políticos (lo que en buen romance no es más que puro egoísmo) que económicos.

Todo esto es labor de la Conagua, pero ha habido allí un montón de burócratas constreñidos a la hora de la planeación, y sólo se han limitado a administrar conflictos, o a utilizar los cargos para practicar el compadrazgo y el tráfico de influencias.

Por ejemplo, la autorización de perforación y explotación de pozos no son desde la óptica social (para los ejidos y pequeños productores), sino para los amigos y para las empresas, muchas de ellas contaminadoras de ríos y del subsuelo porque tampoco les obligan a someterse a las normas ambientales correspondientes.

Alguien le tiene que decir al Gobierno actual que tiene que ponerse a trabajar sin ambages, en esto de la planeación hídrica del país, porque, tal parece, tiene ojos pero no ve.
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