México

Tren parlamentario

Preguntas que escuecen

La noticia de Durango golpeó como una bofetada los muros graníticos de San Lázaro y ha remecido dinteles y pasillos con la fuerza de un estallido. Pero el lugar se miraba semivacío, sin diputados. Como cuando, por cierto, a los territorios de San Lázaro llegaba el registro de un hecho tan infausto como sangriento, y similar: los ecos de un tableteo con que mataron en Ciudad Juárez a 14 niños y adolescentes. Ni más ni menos, como los 10 que anteayer fueron asesinados en un recodo de Durango.

Pero qué coincidencia tan desventurada. Cuando el sábado 30 de enero unos 18 individuos, sin duda de la peor ralea, emergieron de la noche para asesinar a 14 muchachos, incluido un niño de 10 años de edad, la República entonces estaba por adentrarse apenas en el primer gran “puente” vacacional del año, derivado del cambio de fecha del descanso del 5 de febrero, Día de la Constitución. Ni más ni menos, como ahora, en que está a punto de comenzar el “puente” vacacional de Semana Santa.

El 30 de enero ocurrió una carnicería. Los persiguieron por recámaras, patios y bardas, en lo que fue una verdadera fiesta de las balas. Como la fiesta sangrienta y de horror que protagonizó Rodolfo Fierro —aquel tristemente célebre lugarteniente de Francisco Villa— en el relato de Martín Luis Guzmán, que tituló así: “La fiesta de las balas”.

Ciudad Juárez, la ciudad más agobiada por el malvado ángel de la muerte descubrió con mucho dolor ese día que aún tenía en el alma un sitio inédito para la sorpresa. Amurabadores —matones, pues— de la nómina del narcotráfico acababan de meterse con la parte más sensible del ser humano: los niños. Y, dos meses exactamente después, no se sabe por qué y quién ordenó la masacre aquella.

Este domingo 28 de marzo, en las cercanías de la ciudad de Durango, un grupo de individuos sin rostro y sin alma atajó una camioneta en que viajaban 10 muchachos, de ocho años el menor de ellos, y de 21 el mayor. Y los asesinaron.

Y como sucedió el lunes posterior a la masacre del 30 de enero, ayer, en San Lázaro, la perplejidad se paseaba. Y la confusión derivada del desconocimiento lógico de los motivos, alimentaba conjeturas como el aire alimenta al fuego.

¿Es que acaso estos crímenes contra los niños provienen de una logística de guerra, en la que individuos o grupos desde la oscuridad han colocado en el centro a la sociedad misma?
Mordía la pregunta en San Lázaro. Y laceraba patios y pasillos. Gente de las asesorías parlamentarias conjeturaban reflexionando así. Muy difícil, sin lugar a dudas, las respuestas. Tanto, que no hubo diputados este lunes que estuvieran prestos para opinar sobre el tema.

Este martes 30, último día de la semana en que los diputados sesionarán, luego de que han adelantado el miércoles pasado la sesión que correspondería al próximo día jueves, será un tema presumiblemente agendado.

Así como están las cosas en el país, esos hombres y mujeres que cobran como representantes de la nación —y se refiere uno a diputados y senadores— no deberían vacacionar.

Aunque no están los legisladores facultados, obviamente, para investigar, a la República le caería como un bálsamo saber que sus diputados y senadores son capaces de mostrar grados de sensibilidad importantes mediante el desistimiento de un descanso que tampoco es constitucional. Y sí muy irregular.

Lo hemos dicho ya en este espacio: los legisladores no tienen vacaciones nunca, por ley. Pero tampoco han querido legislar para tenerlas, sencillamente porque así ellos evitan que se les regule y se les llame a cuentas.

Sus vacaciones, en realidad, son irregulares. Pero bastante reales. La prueba será esta semana, en que diputados y senadores hicieron lo necesario para escaparse de la sesión ordinaria que, de acuerdo con la Ley Orgánica del Congreso General, tienen que realizar los días jueves en tiempos de periodo ordinario.

Si estuvieran en San Lázaro, sabrían, verbigracia, que en los patios, pasillos y oficinas, preguntas y conjeturas como la de párrafos atrás escuecen en serio.
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