México

Testimonios de la vida y la muerte

Ni Erika ni la prensa mexicana salieron ilesos de este ataque armado, orquestado por un grupo paramilitar creado, hace años, por el propio gobierno priista de Oaxaca

La imagen de video lo dice todo. Están sentados entre la maleza, en lo que parece una hondonada junto al Río Yerba Santa. David Cilia tiene una herida en el costado y una en la pierna. La mirada denota su agotamiento, el gesto revela su dolor y el miedo tiembla en su voz. Apenas en un susurro explica que mientras seguían a la caravana de la paz en Oaxaca, un comando armado les atacó y ellos lograron correr hacia el monte. La cámara panea a la izquierda, el rostro de Erika Ramírez se revela pálido, aún con los destellos de la adrenalina en la mirada, pero hablando casi en secreto, esta joven reportera explica cómo lograron escapar de las balas. Ella y él son reporteros de la revista “Contralínea”, iban en la caravana para documentar la realidad de la comunidad indígena en la Mixteca. Por fin las autoridades logran rescatarles. El subprocurador Wilfrido Almaraz Santibáñez declara ante los medios que David tenía heridas y Erika salió ilesa ¿en verdad salió ilesa? No lo creo.

Ni Erika ni la prensa mexicana salieron ilesos de este ataque armado, orquestado por un grupo paramilitar creado, hace años, por el propio gobierno priista de Oaxaca para “controlar” la violencia étnica en la región. Ellos atestiguaron cómo se vive enfrentarse a un grupo de hombres armados, encapuchados.

Escucharon la metralla y delante de ellos las balas alcanzaron a Beatriz Alberta Cariño, una extraordinaria activista por la paz que rescataba a víctimas de violencia y quien dedicó su vida a la construcción de relaciones equitativas entre indígenas de su propio Estado. Junto a ella cayó muerto con una bala en la cabeza el activista Jyri Antero Jaakkola, un pacifista originario de Finlandia que les acompañaba para llevar víveres a las indígenas sitiadas.

David y Erika son parte de una nueva generación de reporteros que saben que para ser buen periodista se precisa un compromiso cívico que va más allá de simplemente documentar las tragedias. Su trabajo nos permite ponerle un rostro a las cifras del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), que muestran que en México 39.2% de la población indígena vive en pobreza extrema, que 75 de cada 100 personas hablantes de lengua indígena no son derechohabientes de servicios de salud, y que en la Mixteca preservar la dignidad indígena está penado con la muerte.

La violencia en México es sistemática y perfectamente dirigida hacia quienes la revelan y contra quienes trabajan para erradicarla. Por quienes sobrevivieron y por quienes han muerto, la libertad de expresión se reivindica como un instrumento vital para rescatar nuestra Humanidad de entre los escombros políticos. Creo que la cura contra el dolor de tanta muerte radica en hacer un mejor periodismo que documente los esfuerzos de la sociedad por reconstruir la paz y los derechos humanos.
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