México
Territorio a cambios de jóvenes
Si los diálogos por la seguridad se hubieran realizado hace dos años a lo mejor nos habríamos ahorrado mucha tinta y saliva
En la reunión del jueves con los gobernadores el Presidente Felipe Calderón explicó, con una claridad poco usual, los motivos de la llamada guerra contra el narco y dejó claro que la vieja visión de dejar que los cárteles operen y el Gobierno sólo “administre” la violencia, como lo hacía el viejo régimen, es imposible.
La forma de operación del narco cambió radicalmente en 15 años y no se puede enfrentar un problema nuevo con paradigmas viejos.
Podemos estar o no de acuerdo con la política de Calderón y con esta estrategia de guerra, pero la alternativa que se plantea de manera simplista de laissez farire es, por decir lo menos, ingenua (el discurso, que se puede encontrar en la página de presidencia, vale la pena por la forma en que sintetiza la visión sobre “la guerra”).
En la misma reunión el gobernador de Jalisco, Emilio González (PAN), y el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard (PRD) metieron el dedo en la yaga y plantearon la necesidad de que, junto con la guerra frontal, se lleven a cabo estrategias para restablecer el tejido social.
Y es ahí donde la puerca tuerce el rabo. México pasó en 15 años de un ingreso per capita de tres mil 300 dólares a casi 10 mil según la última cifra oficial. Prácticamente se triplicó la renta pero se distribuyó inequitativamente.
En el coeficiente Gini, que mide la desigualdad en la distribución de la riqueza, México es uno de los 15 países con peores resultados y no sólo no mejora, en los años de crisis la situación ha empeorado.
En México el 20% más pobre obtiene menos del 5% del ingreso, mientras que el 20% más rico tiene casi el 60% de la renta.
Es cierto, este 20% más rico se convirtió en un interesantísimo mercado para los vendedores de droga, y el 20% más pobre en carne de cañón, presas fáciles y mano de obra barata de la delincuencia organizada.
Creamos las condiciones ideales para el desarrollo del crimen organizado.
La guerra contra el narco que planteó Calderón es una estrategia militar de ocupación territorial para recuperar para el Estado, y sólo para el Estado, los dos monopolios que lo definen: el uso legítimo de la violencia y el cobro de impuestos.
Si de eso se trata “la guerra” vamos despacio pero bien. Pero si de lo que se trata es de acabar con el crimen organizado vamos fatal: la política social aplicada de Salinas a Calderón, dos sexenios priistas y dos panistas, no ha sido capaz de modificar ni un milímetro la desigualdad.
Le vamos, quizá, a quitar al narco el control de algunos territorios, pero le estamos regalando al narco a nuestros jóvenes, a una generación completa de mexicanos sin esperanza.
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