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El vandalismo es uno de los resultados posibles de una juventud educada en el desorden de la política, de la economía y del saqueo del país

La ciudadanía inconforme de México con tantos desgobiernos nacionales y estatales, y la plétora de problemas que se padecen, ha aportado a la retórica política una expresión altisonante: “Estamos hasta la madre”. No sólo es una frase insolente y soez, sino exasperada. Quizás la Real Academia de la Lengua dentro de 50 años la admita como un mexicanismo más. Por lo pronto, significa llegar al colmo, hasta el gorro, hasta el copete... Estar “hasta la madre” cala profundo, invita a investigar a filólogos y antropólogos. Algún día se organizará un simposio para explicarla más a fondo. Provisionalmente se puede convenir que tal expresión es sinónimo de hartazgo de crímenes, violencia, homicidios y secuestros, sensación de desplome que es patente no sólo en las cifras sobre el tamaño de la economía, el PIB per cápita, el índice de desarrollo humano, sino en lo que la gente sufre en su vida cotidiana... Cabe preguntarnos: ¿Qué tanto hartazgo puede superar la población? ¿Nos acercamos, junto con las elecciones presidenciales de 2012, a la crisis final de un sistema que se pudrió “hasta la madre”?

Para cultivar el espíritu se ha de leer mucho, pero no muchos libros; porque la lectura es como los alimentos: el provecho no está en proporción de lo que se come, sino de lo que se digiere. Al respecto, el genial escritor argentino Jorge Luis Borges, quien no dilapidaba su talento en frusilerías retóricas, dijo: “Soy un hombre que parece mentir diciendo que he leído poco; pero en verdad así ha sido. He leído poco, pero he leído mucho lo poco que he leído”.

El calendario marca sobre sus hojas que el tiempo lanza al viento, la presencia de nuevos años idénticos a los que ya pasaron. Para el observador, nada cambia, todo sigue igual. La historia se repite sin variantes: las mismas noticias, las mismas palabras, los mismos clichés gastados de siempre.

La dureza de la vida del ciudadano común no acepta la inflación y los recortes presupuestales como meras palabras técnicas inentendibles, sino como un claro lenguaje comprensible para ellos: carestía, hambre, desempleo, desnutrición, enfermedad y miseria.

De muchos años a la fecha, el discurso político en México es una triste retórica desvencijada.

No son pocos los políticos de México que han visto en los cargos públicos sólo la posibilidad de un negocio que puede manejarse con criterios de rapiña.

El vandalismo es uno de los resultados posibles de una juventud educada en el desorden de la política, de la economía y del saqueo del país.
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