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No otra cosa podría esperarse del poder imperial de los Estados Unidos poseído de altanería y soberbia

No otra cosa podría esperarse del poder imperial de los Estados Unidos poseído de altanería y soberbia.

Por boca de su secretaria de Estado, Condoleeza Rice, ante una asombrada comunidad internacional, dijo sin ambages: “Los Estados Unidos son la única potencia mundial que no tiene porqué darle cuenta de sus actos a nadie”.

Estas palabras ácidas y prepotentes, son desvirtuadas por la rápida emergencia del nuevo mundo multipolar en el que, junto al innegable poder norteamericano, surgen otros poderes como China, India, Japón, Europa y pronto Brasil, Indonesia y, acaso, a la larga, la alianza de la media Luna, del Mediterráneo al Caspio, de Egipto, Palestina y Líbano a Iraq, Irán y Pakistán.

Más temprano que tarde, el nuevo imperio romano será el propio testigo de su declinación frente al poder económico y militar de naciones que no aceptan prevalencia de poder alguno que lesione sus propias determinaciones.

La tristeza es una postración más profunda que el pecado. Del pecado pueden salvar al hombre la contrición y el propósito de enmienda, pero de la tristeza nada lo podrá salvar. Toda religión debe ser de alegría. La tristeza hay que dejársela a ese pobre diablo que es el diablo.

Que no firme el periodista lo que no puede firmar el caballero.

Un entrañable amigo del laureado escritor Octavio Paz, ya próxima su muerte, le preguntó: “Octavio, ¿cómo va ese ánimo?” Con increíble sencillez, le dijo: “Del cuello para arriba todo está en orden, pero del cuello para abajo reina el caos. ¿Y qué vale la cabeza sin el cuerpo? ¿Cómo se puede hablar de lucidez de la cabeza sin la salud del cuerpo?”

Muchas personas hacen alarde público de tener la conciencia tranquila; y no es tanto la tranquilidad de conciencia, sino la mala memoria.

El tiempo transcurre implacable y deja en el rostro del hombre la huella del remordimiento por las horas perdidas, por los años desperdiciados, por los lustros arrojados con desdén a los drenajes de la vida.

Las palabras y promesas políticas, el viento se las lleva para arrojarlas en los enormes basureros de las buenas intenciones.

La vigencia de lo trivial nos recuerda la ausencia de los grandes y nos pone frente a una época sin guías y sin sueños.

Los militares para acceder al poder, siempre han portado disfraz de arcángeles; su bandera es tan vieja como el pecado original. Prometen restablecer el orden y el progreso, devolver al ciudadano la tranquilidad y el decoro. Y en la historia milenaria, sólo se percibe el sable del despotismo, la tortura, la cárcel, cancelación de libertades y derechos, capricho personal y atropello al ciudadano. Con un solo ejemplo basta: Pinochet.

Las épocas de elecciones en nuestro país, son meses como los llamados “febreros locos”: tiempos de ventarrones en los que hasta la basura sube.
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