México

—‘‘Shala lala la...’’

Tampoco viene al caso referir las encuestas en que se ha demostrado que pocos mexicanos entienden a qué ‘‘metal’’ se alude seguidamente

Una cosa queda en claro: que fue una bendición que Francisco González Bocanegra y Jaime Nunó nacieran antes que los “compositores” (“de cuyos nombres...”, etc.) del “Himno del Bicentenario”.

Lo de menos es que para los mexicanos de aquí y ahora carezca de sentido el belicoso “Mexicanos al grito de guerra” con que empieza el Himno Nacional del que ya es un lugar común decir que “le enchina la piel a cualquiera”.

Tampoco viene al caso referir las encuestas en que se ha demostrado que pocos mexicanos entienden a qué “metal” se alude seguidamente, y mucho menos qué rayos es “el bridón” que debe alistarse...

Obvia recordar la añeja anécdota del paisano que quiso bautizar a su hijo como “Masiosare”, porque le gustó el nombre del “extraño enemigo” —según alcanzó a entender— del que supuestamente habla otra estrofa.

Vaya: ni siquiera hay necesidad de  recordar una intentona de campaña realizada hace algunos años, cuando a los gobernantes les dio la ventolera de querer impulsar la creación de un nuevo Himno Nacional, dizque más a tono con la “vocación pacifista” de México (el mismo “México Bárbaro” de la literatura, los mitos, la música y la vida cotidiana, en que “la vida no vale nada”, y de los mexicanos a los que las calaveras “les pelan los dientes”), para archivar el otro como venerable pieza de museo... aunque los versos de González Bocanegra parecieran de canción de cuna si se les comparaba con los de “La Marsellesa”: “¿No oís bramar por las campiñas / a esos feroces soldados? / Pues vienen a degollar / a nuestros hijos y a nuestras esposas... / ¡A las armas, ciudadanos! / ¡Formad vuestros batallones! / Marchemos, marchemos, / que una sangre impura / empape nuestros surcos...”.

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Un ciudadano medianamente ilustrado entiende, con relativa facilidad, el contexto en que se escribieron y en que adquirieron el carácter simbólico que se les ha dado y que prevalece hasta ahora, los himnos nacionales de la mayoría de los países del mundo.

Y cualquiera, aun sin conocer ni por el forro ningún manualito de preceptiva literaria, puede tener el criterio y el buen gusto suficientes para poner, sin más trámite, en el lugar que les corresponde,  a las estrofas del Himno del Bicentenario, oficial e impunemente anunciado como tal por la Secretaría de Educación Pública: “Nacimos para cantar, / nacimos para bailar, / nacimos en el lugar / del Cielito Lindo... / La plaza se va llenando, / lo bueno está comenzando, / unidos por lo que viene, / al son del bicentenario / shala lala la...”

(Correcto: en el cesto en que dice, con todas sus letras, “inorgánica”).
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