México

Secuestro sin secuestrados

‘‘… Usted diga: secuestramos a una de sus hijas y negociamos, o usted nos da 750 mil dólares’’

Contestó despreocupadamente el teléfono de su casa. Del otro lado, un hombre de mediana edad y habla pausada preguntó por quien contestó y se inició un diálogo cortante. Los términos no permitieron negociación. “Sabemos que usted es fulano; que es dueño de la tienda en tales calles; que su mujer está casi todo el día en su casa y que le gusta hacer ejercicio en el gimnasio que usted le puso en el segundo piso; que tiene dos hijas y un hijo en la primaria a tres calles de su casa. Sabemos qué calles toman para llevarlos a la escuela y por la tarde al club. Usted diga: secuestramos a una de sus hijas y negociamos, o usted nos da 750 mil dólares”.

El conocido comerciante se quedó frío, de momento no supo qué hacer. Dejó pasar un rato y no volvió a sonar el teléfono. Optó no contárselo a su mujer creyendo que era una mala broma. A media noche sonó el teléfono. A oscuras alcanzó la bocina y contestó. De nuevo la misma voz. “¿Qué? ¿Ya se decidió? Esta tarde vimos a su hija en la camioneta con el chofer, iba sentada en la parte de atrás solita. ¿Qué, entonces, ya se decidió?”.

Como mecanismo de defensa colgó el teléfono, el cual de inmediato volvió a sonar. Su mujer al lado se despertó súbitamente. Asustado le contó confusamente a su esposa lo que pasó, la cual corrió al cuarto de sus hijos.

El joven y conocido comerciante contestó y pidió tiempo. El tono cambió. La voz pasó a otro lenguaje, agresivo e insultante. Pidió de nuevo tiempo, “¿tiempo?, tu chin... madre”, y terminó la conversación. Nadie durmió esa noche. A primera hora, el comerciante llamó a dos o tres amigos de “absoluta confianza”. Les contó lo sucedido y le dijeron, con particular énfasis uno de ellos, que tuviera cuidado, “seguro no están jugando”.

Acudió a la Policía donde un “viejo amigo” tenía un alto cargo. El diálogo con él lo inquietó aún más. Fue a su trabajo y la secretaria le informó que una persona lo andaba buscando desde hace rato, “no deja de llamar”. Sonó el teléfono en ese momento y era el personaje al que hoy llama “dolor de estómago”. “Se le acaba el tiempo amigo, y más le vale que no vuela a ir a la Policía”, y de nuevo colgó. Se fue a su casa y mandó a su mujer y sus hijos a El Paso. La disyuntiva era o pagaba y el problema quizá se resolvía, o no pagar e irse a vivir al otro lado. Esa mañana le habló a su amigo que le hizo ver que tuviera cuidado porque no “estaban jugando”. Le preguntó por qué su insistencia. La respuesta fue: “Me hicieron lo mismo y terminé por pagar un secuestro sin secuestrado. No somos los únicos aquí en Ciudad Juárez”. El divertido y hoy triste comerciante terminó pagando, “me cae que no me quedó de otra”. Su mujer y sus hijos viven en El Paso y él va y viene.

¡OOUUUCHCH! El debate sobre el Estado laico apenas inicia. Uno de los temas clave es la educación. Voces en PAN e Iglesia Católica empujan la educación religiosa. Laicidad en los “bueyes de mi compadre”. Van por todo.
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