México
Secretos contra la crisis
Si usted no tiene dinero para comprar leche y pan, pero sí habilidades que podrían conseguirle el alimento ¿las utilizaría?
Una pequeña comunidad en Puerto Morelos, Quintana Roo, creó la feria local del trueque, es así como Liliane, artista y excelente cocinera, ofrece servicios de pintura, escultura y vitrales, así como jocoque seco y yogurt hecho en casa, a cambio de trabajos de carpintería y plomería para su hogar.
Óscar intercambia visitas guiadas a la ruta de los cenotes, hace jardinería con plantas nativas, enseña apicultura para tener miel en casa y prepara granola casera con productos orgánicos de su jardín. Él no pide dinero, sino pescado fresco, huevos de granja y reparación de ropa. Alejandro, en cambio, ofrece trabajos de plomería y electricidad en trueque por germinados, miel, pintura vinílica, pasteles hechos en casa y hojalatería para su auto. El dentista local convida sus servicios especializados y acepta de sus pacientes clases de italiano, de Reiky o una bicicleta usada.
Entre las cientos de casas de interés social se erige la pequeña casa de la cultura como asociación civil que no esperó la llegada del infecundo gobierno para enseñar arte y yoga.
Poco a poco más personas se han unido a este genial concepto de volver a los orígenes del mercado tradicional en un ambiente citadino. El pequeño grupo que comenzó con esta idea ha logrado lo que para muchos parecía imposible.
En este país convulsionado por la violencia, la desconfianza y el desempleo, resulta inspirador que esta comunidad interracial y tan heterogénea entre Cancún y Playa del Carmen, haya logrado reinventar el sentido de colectividad, porque el mercado del trueque no es solamente una forma de paliar las debilidades de la economía, es una estrategia educativa para rescatar las artes y los oficios, revitalizar las habilidades y dignidad de todas las personas y aprender desde la práctica a cuidar el medio ambiente para cultivar sus dones.
Los ancianos que se sentían inútiles, aquí han renacido en la alegría de enseñar a la gente a sembrar una hortaliza en el jardín, y criar a sus gallinas ponedoras volvió a tener sentido. La abuela que ofrece cuidar a los niños de la cuadra a cambio de sus vitaminas, se olvidó de la depresión y sonríe dignamente. Basta ver a las niñas y niños corriendo el sábado en el tianguis para entender el poder de transformación humana cuando se usa la imaginación y se mira al vecindario como una tribu solidaria. Mientras otros imaginan jinetes del Apocalipsis, estos hombres y mujeres reconstruyen el país, poco a poquito, utilizando el recurso en lugar del discurso.
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