México

Revolución malograda

Unos pocos renglones son insuficientes para intentar un análisis de ese confuso montón de hechos impactantes y trascendentes

El de ayer fue una suerte de festejo a fuerza, porque debido a una decisión tomada en alguna oficina de burócratas, “tocó” que la conmemoración del Centenario de la Revolución fuera el 15 y no el 20 de noviembre.

El punto es que ya sea en lunes o en sábado, la Revolución Mexicana cumple 100 años desde que fue desatada por el Plan de San Luis de Francisco I. Madero. El atroz movimiento armado cegó vidas en todo el país: las fuentes oficiales aceptan entre uno y dos millones de muertos; además, fueron necesarias al menos dos décadas antes de que la guerra se apaciguara.

Unos pocos renglones son insuficientes para intentar un análisis de ese confuso montón de hechos impactantes y trascendentes que llamamos Revolución Mexicana. Cuando menos sería torpe tratar de encasillar a la Revolución como algo “bueno” o “malo”, vista a distancia. Sin embargo, sí es posible evaluar si se alcanzaron los propósitos que, con ingenuidad o plena conciencia, se propusieron alcanzar quienes participaron en esas batallas armadas, políticas y sociales.

Aún más, desde la premisa etimológica del concepto (revolución: cambio violento en las instituciones políticas de una nación), vale cuestionar qué tanto cambiaron las cosas en México. Si dos de las demandas centrales de quienes empujaron esa violencia eran el fin de la dictadura y la justa distribución de la riqueza —“la tierra es de quien la trabaja”—, debe plantearse en las actuales circunstancias, qué tanto éxito alcanzó la Revolución.

El Estado Mexicano (en su acepción clásica) se da autoridades a sí mismo mediante elecciones; este procedimiento elimina, en apariencia, una dictadura como la de Porfirio Díaz. Pero no son pocas las voces que reclaman, desde hace años, el fin de la “partidocracia mexicana” que, de facto, deja en unas pocas manos, casi sin margen de cambio, la concentración de las decisiones políticas y económicas. Las cúpulas dominantes de los partidos políticos se resisten a una reforma legal que permita la existencia de candidaturas ciudadanas; toda opción de elección debe presentarse bajo las siglas de un partido.

Eso no es una dictadura, tal y como define la doctrina política, pero es algo muy parecido. De la hegemonía de un partido político (la famosa “dictadura perfecta” que definió Mario Vargas Llosa), pasamos a la hegemonía de los partidos, con el multimillonario costo que eso significa.

Y en cuanto a la riqueza, son tan pobres hoy la mayoría de los campesinos como lo eran cuando no tenían más opción que irse a “la bola”. En las grandes ciudades se acumulan también quienes a pesar de trabajar, no logran resolver sus necesidades básicas.

Conmemorar la Revolución no debe pasar por apenas recordar las siluetas de aquellos hombres bigotones y violentos. Lo que falta, aunque ya pasaron 100 años, es hacer realidad sus principios.
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