México
¿Reconciliación?
El discurso de Calderón confirma que vivimos en la tensión, en la incordia, lo opuesto a la concordia
Felipe Calderón convoca a la concordia; a transitar del conflicto político al consenso; pide lo urgente: una reconciliación nacional. ¿Tiene el país elementos para lograr la anhelada unidad? Difícilmente los hallaremos en medio del desconcierto que aturde. Ni siquiera la búsqueda de la tranquilidad pública ha logrado convertirse en afán unánime.
“…Por difícil que parezca la tarea, por controversiales que resulten los temas, por diferentes que sean nuestros puntos de vista y por hondos que sean los agravios, es momento de debatir, pensar, proponer y tener la madurez política para encontrar el amplio caudal del consenso, en el cual la Nación a todos nos una con una misma historia, un mismo ideal, una misma Bandera y una misma Constitución…” —dice el Ejecutivo—, y tiene razón.
El discurso de Calderón confirma que vivimos en la tensión, en la incordia, lo opuesto a la concordia; suena bonito, pero no empata con la realidad, particularmente cuando el Estado incordia a tantos —por ejemplo— con la controversia constitucional presentada por la PGR contra los matrimonios homosexuales y las adopciones; con los alcaldes michoacanos agraviados por una acusación sin sustento jurídico a quienes la autoridad les niega la mínima disculpa, después de ocho meses de prisión; con los padres de los 15 jóvenes acusados de ser viles pandilleros, luego de ser acribillados en Ciudad Juárez.
¿Puede darse la concordia con los partidos políticos que medran con el regateo de la legitimidad presidencial?, ¿con un Congreso agazapado tras los muros del monopolio de la democracia?, ¿con felices empresarios evasores del fisco?, ¿con los jubilados, a quienes se les encaja la vara, con el impuesto a sus raquíticas pensiones?
El etcétera de la incordia nacional es tan largo como corto puede resultar el mensaje de Felipe Calderón, con motivo del 93o. aniversario de la Constitución Política.
El jurista Jorge Carpizo, decía que detrás de cada palabra de la Ley de leyes, está la historia nacional; lo que México es y debe ser; es un gesto de reconciliación. Calderón retoma tal espíritu en un clima de confrontación; ignorancia, sobrepoblación, corrupción, impunidad, inseguridad y desigualdad, son eslabones de una cadena de desgracias; prevalecen el cinismo y la ambición; los adversarios se ven como enemigos y no como compatriotas. Los mexicanos caminamos en círculos.
Calderón está obligado a calmar esos ánimos; remediar lo inmediato; empujar su reforma política; justificar las alianzas de conveniencia. En el empeño, habrá de meter la pala en el lodazal de las aguas negras, porque no hay de las otras; como en Chalco. Calderón debe intentarlo.
“…Por difícil que parezca la tarea, por controversiales que resulten los temas, por diferentes que sean nuestros puntos de vista y por hondos que sean los agravios, es momento de debatir, pensar, proponer y tener la madurez política para encontrar el amplio caudal del consenso, en el cual la Nación a todos nos una con una misma historia, un mismo ideal, una misma Bandera y una misma Constitución…” —dice el Ejecutivo—, y tiene razón.
El discurso de Calderón confirma que vivimos en la tensión, en la incordia, lo opuesto a la concordia; suena bonito, pero no empata con la realidad, particularmente cuando el Estado incordia a tantos —por ejemplo— con la controversia constitucional presentada por la PGR contra los matrimonios homosexuales y las adopciones; con los alcaldes michoacanos agraviados por una acusación sin sustento jurídico a quienes la autoridad les niega la mínima disculpa, después de ocho meses de prisión; con los padres de los 15 jóvenes acusados de ser viles pandilleros, luego de ser acribillados en Ciudad Juárez.
¿Puede darse la concordia con los partidos políticos que medran con el regateo de la legitimidad presidencial?, ¿con un Congreso agazapado tras los muros del monopolio de la democracia?, ¿con felices empresarios evasores del fisco?, ¿con los jubilados, a quienes se les encaja la vara, con el impuesto a sus raquíticas pensiones?
El etcétera de la incordia nacional es tan largo como corto puede resultar el mensaje de Felipe Calderón, con motivo del 93o. aniversario de la Constitución Política.
El jurista Jorge Carpizo, decía que detrás de cada palabra de la Ley de leyes, está la historia nacional; lo que México es y debe ser; es un gesto de reconciliación. Calderón retoma tal espíritu en un clima de confrontación; ignorancia, sobrepoblación, corrupción, impunidad, inseguridad y desigualdad, son eslabones de una cadena de desgracias; prevalecen el cinismo y la ambición; los adversarios se ven como enemigos y no como compatriotas. Los mexicanos caminamos en círculos.
Calderón está obligado a calmar esos ánimos; remediar lo inmediato; empujar su reforma política; justificar las alianzas de conveniencia. En el empeño, habrá de meter la pala en el lodazal de las aguas negras, porque no hay de las otras; como en Chalco. Calderón debe intentarlo.
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