México

Por efímero, todo es más bello

Hay que sobrevivir la tristeza y la angustia que nos produce la ausencia física de la otra persona

En memoria de Alí Chumacero (1918-2010)

Ahora que en nuestro calendario se va celebrar el Día de los Muertos —aunque en Guadalajara los ritos no son tan espectaculares como en las regiones donde hay una mayor población indígena—, no podemos hacer a un lado el recordar y pensar un poco sobre lo efímero de la vida y disfrutar más de las cosas y de la gente que nos rodea.

Hay que sobrevivir la tristeza y la angustia que nos produce la ausencia física de la otra persona —aunque sabemos que algo de ellos se queda dentro de nosotros: su sonrisa, la suavidad de su piel, su actitud frente a la vida, el gesto adusto, o la nostalgia con la que vivió, como luego la entendimos a través de Chéjov.

Hay diferentes maneras de ir entendiendo nuestra propia despedida. Una de ellas es la música, ahora que este fin de semana interpreta la Orquesta Filarmónica de la UNAM en la ciudad de México, con el Réquiem de Mozart. Cuando lo escuchemos, seguro que iremos caminando y dando tumbos, reviviendo el duelo, tal como lo explica Von Unwerth en Freud’s Réquiem, cuando inventa un día del verano en el que tanto Freud, Lou-Andreas Salomé como Rainer María Rilke salen a caminar en Suiza y todos disfrutan de la belleza que los rodea, menos Rilke, que se niega a hacerlo porque es efímera.

Señor, danos la luz que lo ilumine —como cantan en el Réquiem—, y con esto nos imaginamos a los tres caminando ese verano y la incapacidad del poeta para admirar la belleza del paisaje, porque le preocupaba que esa belleza se acababa y desaparecía en el invierno, como sucede con la belleza humana y con el esplendor de todo lo que el hombre ha creado, así como aquello que alguna vez hemos amado y admirado, y como todo lo que tiene algún valor y sabemos que quedaría trasquilado por ese destino fatal de lo efímero.

Cuando llegue la Ira divina (Dies irae) —que tanto miedo nos da escucharla— un poco antes del permiso para ver lo que los ojos nunca vieron y escuchar lo que nunca oído alguna ha escuchado, seguro ya habremos digerido alguna de estas ideas y estaremos en mejores condiciones de disfrutar todo lo que nos gusta aunque tiende a decaer —por la entropía—, a pesar del abatimiento doloroso —como el que sentía Rilke— y que nos impulsa a rebelarnos contra la realidad y desear que las maravillas no se desvanezcan en la nada. ¡Ah!, cómo deseamos que todo persista y se escape de la destrucción, pero, paradójicamente, aprendimos que justo porque las cosas son efímeras, aumentan su valor y podemos disfrutarlas mucho más.
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