México

Por debajo de la mesa

Una vez extinguida la Compañía de Luz, ¿qué sentido tiene una mesa de diálogo? Es inservible y teatral

Una vez extinguida la Compañía de Luz, ¿qué sentido tiene una mesa de diálogo? Es inservible y teatral; al Gobierno le conviene. Se percibe una maniobra dilatoria para acotar protestas y disidencias. Para la causa electricista la mesa nace muerta. No se vislumbra la posibilidad de que el Gobierno dé marcha atrás y le devuelva a la empresa su vigencia perdida. El decreto de extinción no es negociable, porque según el secretario del Trabajo, es legal, legítimo y pertinente. “Los amparos y la controversia constitucional no prosperarán”, predice y amenaza.

La instalación de la mesa de diálogo tampoco hará variar el plazo terminante (14 de noviembre) para que los ex trabajadores cobren su liquidación y sólo de esa manera puedan ser reubicados en la CFE o en otras alternativas. Éste es el único tema negociable. ¿Acaso la coacción oficial volverá eficientes a los mismos trabajadores que lograron el milagro de la ineficiencia plena?

Con esta herramienta política, las autoridades rematarán al sindicato, dada la escasez de recursos y solidaridad de otros gremios, temerosos de correr igual suerte. El fantasma de Martín Esparza, defensor de una causa perdida por decreto, se desvanece en la oscuridad. Ya ni asusta.

La discusión seguirá. Los trabajadores insistirán en que si bien prevaleció la obsolescencia y el pésimo servicio a los usuarios, no fue sólo responsabilidad del sindicato, sino del Gobierno. No les falta razón. Cuando Felipe Calderón fue secretario de Energía, reconoció la necesidad de reformar el sector. Hace mes y medio, en el quinto mandamiento del decálogo de gobierno para el resto del sexenio, el Presidente habla de emprender una transformación de raíz para eliminar privilegios, la opacidad y corrupción de las empresas públicas; pero no habla de extinguirlas. ¿Qué ocurrió?

La decisión revela la agudización de la crisis económica y la necesidad de cortar de raíz a una empresa obsoleta y onerosa; pero sobre todo, dejar de mantener a un sindicato aliado con el adversario, e impulsar un proyecto orientado hacia la eficiencia, con vistas a no volver a perder las elecciones.

En la decisión presidencial hay una furiosa orden de tirar lastre y navegar a toda máquina por nueva ruta. Aún así, es difícil creer que hayan quedado atrás los tiempos en que el sistema cedía prebendas para ganar gobernabilidad, como aquel pacto de Necaxa, cuando el SME de Jorge Sánchez se alió con Carlos Salinas, agobiado por la falta de legitimidad. Calderón superó una crisis semejante y hoy actúa en sentido opuesto contra el SME, pero sigue liado con otros líderes tan cínicos como los de Pemex y el SNTE. En política, los principios del gobernante se acomodan a sus conveniencias. Calderón no es la excepción. Eso tampoco espanta a nadie.
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