México
Políticos del mismo barro
Dejemos al margen la incuestionable necesidad de la reforma a Pensiones del Estado. Observemos los métodos
Juan Sandoval Iñiguez hizo distinguir su desempeño al frente de la Iglesia Católica de Guadalajara (es arzobispo tapatío desde mayo de 1994) por sus caudalosas y ruidosas declaraciones, ha pronunciado algunas frases que sí son dignas de meditación. Hace algunos años, mientras criticaba la corrupción evidente en el desempeño de los políticos jaliscienses, nos animaba a ser realistas: “¡No se sorprendan tanto!”, decía a voz en cuello, como acostumbra, “porque todos somos del mismo barro. A esos políticos no los traen de otro lado; todos salieron de aquí, se formaron en el mismo pueblo”. Y los conoce bien.
No hay que sorprenderse tanto, entonces, de que el viernes pasado la Plaza de la Liberación, ese cuadro mayor del manifestódromo local, haya sido tomada para un plantón de maestros de educación básica que vinieron desde temprano a “exigirle” a los diputados que aprobaran una reforma a la Ley de Pensiones del Estado que, en términos generales, le resta prestaciones a los beneficiarios de la institución: casi 107 mil personas.
Contradicciones amargas que impone la realidad: un Gobierno surgido del PAN, partido que amasó dignidad denunciando las prácticas corporativas de las que eran cómplices sindicatos y gobernantes salidos del PRI, aplicó la misma, añeja táctica.
Dejemos al margen la incuestionable necesidad de la reforma a Pensiones del Estado. Observemos los métodos.
Todavía el secretario general de Gobierno, Fernando Guzmán, acudió el día del plantón al Palacio Legislativo, la casa de los mismos diputados que un día antes habían denunciado públicamente que estaban siendo presionados para aprobar una reforma que habían rechazado en varios de sus puntos. Lo recibieron y por lo tanto, no quedó lugar para quejarse por la presión. Los legisladores confunden hace mucho la negociación política con la abdicación de principios, porque para dos bandos que se oponen siempre habrá terreno neutral donde se finquen consensos; no es necesario ceder el propio feudo, alegoría de la división de poderes.
Y los diputados cedieron totalmente.
Fueron presionados, sí, por los manifestantes que habían dejado su labor como docentes sin sufrir consecuencias por ello --el secretario de Educación garantizó que no habría sanciones-- y que estuvieron todo el día y hasta entrada la noche, animados por grupos musicales. Pero también, y principalmente, recibieron la presión del Gobierno del Estado.
Cuando pasada la medianoche, acabaron por aprobar la reforma que se les había impuesto, el mismo gobernador les envió un representante para subir a la tribuna legislativa y hablar en pro de las modificaciones legales: Óscar García Manzano. Acudió al espacio donde están representados todos los ciudadanos y ebrio --según los testimonios-- les echó en cara ser políticos y no saber, como él, hacer dinero.
De esa madrugada a la fecha, pasado el sopor de los “festejos” por el aniversario de la Revolución, ya se levantan muchas manos para preguntar si las reformas son perjudiciales...
¡No se sorprendan tanto!
Desde que el cardenal
No hay que sorprenderse tanto, entonces, de que el viernes pasado la Plaza de la Liberación, ese cuadro mayor del manifestódromo local, haya sido tomada para un plantón de maestros de educación básica que vinieron desde temprano a “exigirle” a los diputados que aprobaran una reforma a la Ley de Pensiones del Estado que, en términos generales, le resta prestaciones a los beneficiarios de la institución: casi 107 mil personas.
Contradicciones amargas que impone la realidad: un Gobierno surgido del PAN, partido que amasó dignidad denunciando las prácticas corporativas de las que eran cómplices sindicatos y gobernantes salidos del PRI, aplicó la misma, añeja táctica.
Dejemos al margen la incuestionable necesidad de la reforma a Pensiones del Estado. Observemos los métodos.
Todavía el secretario general de Gobierno, Fernando Guzmán, acudió el día del plantón al Palacio Legislativo, la casa de los mismos diputados que un día antes habían denunciado públicamente que estaban siendo presionados para aprobar una reforma que habían rechazado en varios de sus puntos. Lo recibieron y por lo tanto, no quedó lugar para quejarse por la presión. Los legisladores confunden hace mucho la negociación política con la abdicación de principios, porque para dos bandos que se oponen siempre habrá terreno neutral donde se finquen consensos; no es necesario ceder el propio feudo, alegoría de la división de poderes.
Y los diputados cedieron totalmente.
Fueron presionados, sí, por los manifestantes que habían dejado su labor como docentes sin sufrir consecuencias por ello --el secretario de Educación garantizó que no habría sanciones-- y que estuvieron todo el día y hasta entrada la noche, animados por grupos musicales. Pero también, y principalmente, recibieron la presión del Gobierno del Estado.
Cuando pasada la medianoche, acabaron por aprobar la reforma que se les había impuesto, el mismo gobernador les envió un representante para subir a la tribuna legislativa y hablar en pro de las modificaciones legales: Óscar García Manzano. Acudió al espacio donde están representados todos los ciudadanos y ebrio --según los testimonios-- les echó en cara ser políticos y no saber, como él, hacer dinero.
De esa madrugada a la fecha, pasado el sopor de los “festejos” por el aniversario de la Revolución, ya se levantan muchas manos para preguntar si las reformas son perjudiciales...
¡No se sorprendan tanto!
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