México
Política y poder; amor y desamor
Los ciclos del poder —como los del amor— suelen provocar pasiones sin freno, extremos de amor-odio, y dolorosas frustraciones
En el último cuarto de siglo, millones de mexicanos se enamoraron sin freno, sea de políticos, sea de líderes en los que depositaron todo; credibilidad, confianza, esperanza, futuro y hasta pasión del cambio. Y a cada caída y decepción amorosa siguieron los duelos y pronto un nuevo amor, nueva esperanza. Un ciclo que parece sin fin.
La primera manifestación reciente de ese ciclo se produjo luego de una “larga noche” de gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) hegemónico —en 1988, durante las elecciones presidenciales—, cuando millones de mexicanos vieron en el candidato Cuauhtémoc Cárdenas al líder carismático, esperanza de echar al PRI del poder y al prohombre de la democracia, luego de décadas de un PRI despótico.
Cárdenas perdió, o le robaron el triunfo, y vino la desesperanza de millones. A un gran amor siguió una gran frustración.
En el naciente 1994, apareció otro amor. Con capucha, fusil y pipa. Era un trasnochado guerrillero que enamoró a millones con su quijotesca indumentaria y un reclamo vital y universal; todo para todos, fin al rezago de los marginados y el pago de la deuda con los indígenas. Y mientras el “subcomandante Marcos” crecía, fue asesinado otro sueño más terrenal y amor naciente; Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial del PRI.
Y mientras Colosio se fue, el guerrillero enamoró no sólo a la plebe, sino a intelectuales, periodistas, políticos, líderes… El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y su jefe militar empujaron la gran reforma electoral de 1996, la alternancia en los estados, y el fin del PRI. Pero con la caída del PRI también cayó la razón de ser del zapatismo. Como llegó, “Marcos” se fue, entre las sombras.
Pero mientras eso ocurría, los mexicanos tenían frente a sus ojos al nuevo prohombre. Un empresario y ranchero, boquiflojo, dicharachero, mal hablado y nada convencional. Se propuso ser presidente —luego de la muerte de otro naciente líder, el “Maquío Clouthier”—, y lo consiguió en julio de 2000.
Hablamos de Vicente Fox, el guanajuatense que enamoró a derecha e izquierda y a no pocos priistas; que junto con el hartazgo social hizo posible “el milagro”; echar al PRI. Aquí pretendieron quemarnos en leña verde por cometer el “sacrilegio” de criticar a Fox. Al final, Fox resultó el fraude que pronosticamos, y dejó más frustración que cambios. Echó del poder a un PRI que, paradojas aparte, está de vuelta. Otro desengaño.
También hoy reaparecen amor y desamor político, incluso en los tres tiempos previos a julio de 2012. Es decir, en las elecciones del próximo julio para renovar 12 gobiernos estatales, en las cruciales de 2011 para suceder al gobernador Enrique Peña y, por supuesto, en las presidenciales de 2012.
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