México

Pobreza infantil trunca sueños de grandeza

Unos 15.8 millones de menores en México trabajan desde temprana edad sin remuneración, y carecen de educación y servicios de salud

CIUDAD DE MÉXICO (14/NOV/2011).- En el mundo, más de mil millones de personas viven con menos de un dólar diario. La mitad de ellos son niños, y en ese escenario global, México ocupa el primer lugar en pobreza infantil entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). En el país, el foco de alarma está en el Sureste, donde se concentra el mayor número de infantes en esta condición.

Niños que trabajan desde temprana edad sin remuneración alguna, niñas que son madres desde los 10 años de edad, analfabetismo y ausencia de servicios de salud, son algunas de las características vulnerables que presentan en total 15.8 millones de infantes del país, de acuerdo con un informe arrojado en marzo de este año de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

La cifra anterior significa que de cada 10 niños mexicanos, cuatro viven en condiciones de pobreza, pero la proporción se eleva a cinco de cada decena si además de los insuficientes ingresos monetarios de sus hogares se añade el incumplimiento de sus derechos fundamentales.

La infancia es el periodo de incubación donde se forma un futuro adulto, el trato que las niñas y los niños reciben principalmente dentro sus familias, su comunidad y en las escuelas es determinante en su desempeño posterior. No obstante, si las condiciones necesarias para el óptimo crecimiento de un menor no existen, esto se traduce en falta de expectativas, esto es, que desde su arranque en la vida los niños carecen de oportunidades de crecimiento y acceso a mejorarla, señalan las organizaciones internacionales.

Un infante es considerado en estado de pobreza o rezago social cuando no satisface tres indicadores principales: alimentación, patrimonio y educación, según datos oficiales del Unicef.

La zona con más rezago


En un estudio reciente sobre la discriminación en la infancia realizado por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), se afirma que durante la primera década del siglo XXI, una niña o niño tiene mayores o menores posibilidades de crecer sano y recibir mejor educación dependiendo de la zona en la que nazca.

Las brechas sociales que existen entre un niño o niña del Centro del país, una del Norte y una del Sureste, son inmensas y, en muchas ocasiones, determinantes. Los factores que exponen a la niñez a una situación de vulnerabilidad se agravan si es niña, tiene una discapacidad, es migrante, y/o pertenece a un grupo indígena, afirma el documento del Conapred.

Ante esto, la Red por los Derechos de la Infancia en México (RDIM) presentó a finales de octubre de este año, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), el informe “La infancia cuenta en la Frontera Sur”, de la organización no gubernamental Melel Xojobal, que revela las dramáticas condiciones en las que viven los infantes de los estados de Campeche, Quintana Roo, Tabasco y Chiapas. En esos estados habitan unos 650 mil niños y adolescentes que representan, muchos de ellos con deficiencias para cubrir sus necesidades básicas.

El informe destaca que 532 mil 207 niñas y niños de cero a cuatro años de edad de esas entidades fueron atendidos por un problema de desnutrición en 2009 y que mil 534 niñas de entre 10 y 14 años tuvieron un hijo en el mismo año.

En 2010, siete de cada 100 niñas de 15 a 17 años ya eran mamás y que más de 50 mil niñas y niños de cinco a 11 años no asistían a la escuela. Asimismo, la mitad de las y los adolescentes de 12 a 17 años que trabajan en los estados de la Frontera Sur mexicana, lo hacen sin recibir remuneración alguna.

(Katia Torres, Clínica de Periodismo).

Numeralia
El contraste

532,207
niños fueron atendidos en 2009 por desnutrición. Organismos alertan que este sector es el más vulnerable.

1,534
niñas de entre 10 y 14 años tuvieron un hijo en 2009.

50
mil menores de cinco a 11 años no asistían a la escuela en 2010.

La marginación es como un fantasma
La lucha de una familia por cambiar su vida

VILLAHERMOSA, TABASCO.-
“La pobreza es como un fantasma, sólo la pueden ver y sentir aquellos que la llevan”, comentó el guatemalteco Erwin Noé Martínez Duque, un indocumentado de 52 años de edad, residente desde hace más de 10 en Chetumal, Quintana Roo, luego de huir de su país por las condiciones de pobreza extrema en que vivía.

Padre de tres niños menores de edad, Erwin asegura haber sorteado todas las dificultades para mantener a su familia desde que ingresó a Quintana Roo por la región fronteriza entre México y Belice, el 23 de diciembre de 2001, junto con su esposa Dilcia, una beliceña y sus tres hijos pequeños.

Tampoco le ha sido fácil vivir en territorio mexicano y sostener a su esposa de 34 años y a los hijos Yesenia, de 17; Mariel, de 13, y Erwin, de 11, por la desventaja de ser indocumentado.

Erwin, el menor, llegó a Chetumal cuando tenía un año de vida y ha vivido con limitaciones económicas, de alimentación, vivienda y salud.

“Es huraño, pero es un buen estudiante y sueña con ser ingeniero... eso el tiempo lo dirá. Los fines de semana me ayuda a limpiar los terrenos de mis patrones”.

“Cada fin de año me pregunta si estrenará para Navidad y le respondo que sí. Aunque sea en el bazar le compraré un pantalón y una camisa”.

Las niñas contribuyen con el gasto familiar recolectando ropa usada que arreglan y venden los fines de semana en el bazar del parque de la colonia Forjadores. Con parte de lo que ganan compran el material que piden los maestros en la escuela.

Los gastos e ilusiones del núcleo

La familia renta una casa pequeña en la periferia de la ciudad, en la colonia Nuevo Progreso, donde una habitación de 16 metros cuadrados fue habilitada como sala, comedor y dormitorio. En la otra apenas cabe la cama matrimonial. Algunos vecinos les regalaron una vieja televisión y una radio.

Erwin trabaja limpiando patios, un empleo informal en el que no le exigen documentos, pero la paga es poca.

La mayor de las hijas concluyó la secundaria, quiere ser bióloga, pero su padre le explicó que no podrá estudiar porque el dinero no alcanza. Sin embargo, la joven pretende trabajar con su madre en la limpieza de casas para seguir estudiando en el sistema abierto.

En los 10 años de residir en el Sur de Quintana Roo, esta familia no ha tenido ningún problema con las autoridades migratorias y empezarán a realizar los trámites para conseguir su documento que permita su estadía; mientras tanto, su calidad de indocumentado agrava su condición de vida.

En Quintana Roo hay un millón 325 mil habitantes, 43 mil de ellos en extrema pobreza y 463 mil en situación de pobreza, según cifras de 2010.

Juan es el mayor de cuatro hermanos
No estudia, pero quiere llegar a ser licenciado

CAMPECHE.-
Juanito es uno de los 50 mil niños que en Campeche trabajan para ayudar a sus padres en el sostén familiar, sobre todo cuando sus progenitores no tienen estudios y medio saben leer, pero además viven en el municipio más pobre de la Península de Yucatán, Tenabo, Campeche, donde en las zonas rurales la única forma de emplearse es el campo, y por ello condenan a sus hijos a lo mismo: a trabajar sin estudiar.

Juanito tiene nueve años, es el más grande de cuatro hermanos; sus padres Román Ek Uc y Antonia Cach Chuc, de 37 y 39 años, esta última con lágrimas en los ojos, se dicen “pobres y sin saber leer ni escribir”. Su mayor anhelo es trabajar y trabajar para juntar un dinerito y lograr que Juanito, Román, Antonia y Pedro, quienes complementan la familia, pueden tener un futuro mejor aunque no estudien, pero que no pasen necesidades económicas.

El poblado donde viven se llama Kankí, y se ubica a escasos 55 kilómetros de la capital campechana, y de la cabecera municipal de Tenabo a 15 kilómetros. Está conformado por 183 personas de origen maya, donde el sostén de las familias es el cultivo de hortalizas.

Con voz entrecortada al escuchar orgulloso a sus padres, Juanito deja de “mecer” la hamaca de su hermanito y mirando sus manos callosas a su tan corta edad ve hacia las hortalizas y dice: “Esa es mi chamba por hoy, trabajar la tierra con mis papás para juntar mucho dinero, mucho, porque yo y mis hermanitos queremos estudiar, y dicen que es muy caro ser licenciado, porque eso quiero ser yo, licenciado”.

Se mira las manos, se las frota y con la uña del dedo índice se limpia el resto de las uñas, sacando residuos de tierra roja, aquella que el agua y el detergente no lograron sacar luego de un día de ardua labor en el campo. Saca a su hermanito de la hamaca mientras de reojo ve a los otros dos jugando con trozos de madera; lo abraza y mirándolo habla de sus sueños, de sacar adelante a su familia, a sus hermanos, de lo doloroso que será dejar la tierra en la que creció.

Abandonan sus comunidades
Menor compite con otros 70 aseando calzado

EL ENCANTO, CHIAPAS.-
Jorge tiene nueve años y desde hace tres trabaja como aseador de calzado en el Parque Central Las Margaritas, del municipio chiapaneco del mismo nombre, donde también otros 60 o 70 niños de la etnia tojolabal se ganan la vida lustrando zapatos.

Con su caja de madera al hombro, Jorge Gómez Gómez sale de la casa de sus abuelos Ángel y Ernestina tras desayunar un plato de frijoles con tortillas y café, y se traslada en transporte público a la cabecera municipal de Las Margaritas, donde indígenas y campesinos de la Selva y Las Cañadas acuden para abastecerse de insumos.

Con las manos manchadas de betún y unos derruidos tenis, Jorge recorre a diario, durante ocho horas, las calles de Las Margaritas, visitando el mercado, negocios y oficinas, para ofrecer sus servicios por tres o cinco pesos.

“Lustre, le boleo los zapatos, una boleada”, repite el niño que del abecedario sólo identifica la letra “s”.

Antes de cumplir seis años, su madre viajó a Playa del Carmen, Quintana Roo, para trabajar y quedó a cargo de sus abuelos en el poblado de El Encanto, habitado por mil 94 personas. De su padre, Jorge no sabe nada.

A partir del movimiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994 y debido a los conflictos religiosos en Las Margaritas, miles de familias abandonaron sus comunidades para asentarse en la cabecera municipal, donde crearon nuevos barrios y colonias.

Hijos de indígenas y campesinos dueños de cafetales y maizales, los menores tuvieron que buscar alguna ocupación en una ciudad completamente desconocida y a muchos de ellos les bastó conseguir un cajón de madera, con suficiente betún, cepillos, trapos, jabón y brochas, para salir a la calle en busca de unos cuantos pesos.

FRASE

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Ya somos muchos los que trabajamos aquí. Somos demasiados, más de 60. El dinero que gano va directo a las manos de los abuelos ''

Jorge Gómez Gómez,
de nueve años y aseador de calzado en el Parque Central Las Margaritas.
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