México
Plaza entregada
La semana pasada se determinó, finalmente, que los Juegos Panamericanos tendrán una villa
villa (esa mezcla entre hotel y departamentos a venta futura, en la que se albergarán los atletas visitantes) y ésta quedará en terrenos de Zapopan, en un solar que se conoce como El Bajío. Y cuando digo “se determinó” es porque así, literalmente, se hizo.
Ese inenarrable multimillonario y magnate de los medios impresos de comunicación que es Mario Vázquez Raña, apareció varias veces durante la semana en Guadalajara y encabezó una asamblea de la Organización Deportiva Panamericana ( Odepa). Jamás, en el transcurso de esas jornadas, mientras tomaban decisiones, se habló del interés o la conveniencia de quienes habitamos la ciudad, es más, lo que pasó en la reunión aparecía en televisión como si ocurriera en algún país centroeuropeo, o más lejano todavía.
El hecho es que como colofón de la historia, de modo imperativo y oscuro —¡bravo por la transparencia que defiende el Gobierno del Estado!—, se determinó el destino de la discutidísima Villa Panamericana. El “don” Vázquez Raña, que irónicamente se hizo barón de la organización de justas deportivas mundiales gracias a su fortuna, sus relaciones y su afición al tiro deportivo, parecía divertido disparándole (verbalmente) a todo lo que se moviera o tuviera carácter de jalisciense o tapatío.
Se burló del fracasado proyecto de Villas Panamericanas en el Centro Histórico, y cuando hubo de referirse a él, subrayó que “nunca, nunca, nunca” se lo habían tomado en serio en la Odepa, y para acabar con el fallido discurso de Alfonso Petersen Farah —hoy “zar antidengue” y hace pocas semanas, alcalde—, que proclamaba la “recuperación” del Centro Histórico, el dueño de los Panamericanos fingía no recordar el proyecto y lo ubicaba en “las ruinas de Cacaxtla”.
Después, cuando Emilio González Márquez convidó, dibujada en el rostro barbado la sonrisa que todo lo banaliza, a “disfrutar la alegría” de recibir los Juegos Panamericanos y olvidarse de los conflictos previos, el “don” recordó públicamente que si en 20 días no estaba el documento que garantizaba la fianza por 50 millones de dólares, se llevaría la sede del evento a otra ciudad.
¡La última amenaza antes de irse! ¡El gesto final de dominio avasallante!
Al paso de los días, ninguna autoridad se ha pronunciado sobre las excentricidades del “don” y su actitud llanamente grosera. Ningún ofendido (que los hubo) se atrevió a alzar la voz y comportarse con autoridad. Si la clase política gobernante aguantó sin hacer gestos las palabras y los desplantes de Vázquez Raña, igual hizo la clase empresarial, que tanto habló de la importancia de un rescate del Centro Histórico y que ahora se apresta a buscar las oportunidades de negocio en la organización de la competencia deportiva.
Si antes se dudó, ahí está la prueba: Los Panamericanos son un negocio particular, que desparrama lucro para quien pague el boleto de ingreso.
¿Y los elevados valores deportivos?
La semana pasada se determinó, finalmente, que los Juegos Panamericanos tendrán una
Ese inenarrable multimillonario y magnate de los medios impresos de comunicación que es Mario Vázquez Raña, apareció varias veces durante la semana en Guadalajara y encabezó una asamblea de la Organización Deportiva Panamericana ( Odepa). Jamás, en el transcurso de esas jornadas, mientras tomaban decisiones, se habló del interés o la conveniencia de quienes habitamos la ciudad, es más, lo que pasó en la reunión aparecía en televisión como si ocurriera en algún país centroeuropeo, o más lejano todavía.
El hecho es que como colofón de la historia, de modo imperativo y oscuro —¡bravo por la transparencia que defiende el Gobierno del Estado!—, se determinó el destino de la discutidísima Villa Panamericana. El “don” Vázquez Raña, que irónicamente se hizo barón de la organización de justas deportivas mundiales gracias a su fortuna, sus relaciones y su afición al tiro deportivo, parecía divertido disparándole (verbalmente) a todo lo que se moviera o tuviera carácter de jalisciense o tapatío.
Se burló del fracasado proyecto de Villas Panamericanas en el Centro Histórico, y cuando hubo de referirse a él, subrayó que “nunca, nunca, nunca” se lo habían tomado en serio en la Odepa, y para acabar con el fallido discurso de Alfonso Petersen Farah —hoy “zar antidengue” y hace pocas semanas, alcalde—, que proclamaba la “recuperación” del Centro Histórico, el dueño de los Panamericanos fingía no recordar el proyecto y lo ubicaba en “las ruinas de Cacaxtla”.
Después, cuando Emilio González Márquez convidó, dibujada en el rostro barbado la sonrisa que todo lo banaliza, a “disfrutar la alegría” de recibir los Juegos Panamericanos y olvidarse de los conflictos previos, el “don” recordó públicamente que si en 20 días no estaba el documento que garantizaba la fianza por 50 millones de dólares, se llevaría la sede del evento a otra ciudad.
¡La última amenaza antes de irse! ¡El gesto final de dominio avasallante!
Al paso de los días, ninguna autoridad se ha pronunciado sobre las excentricidades del “don” y su actitud llanamente grosera. Ningún ofendido (que los hubo) se atrevió a alzar la voz y comportarse con autoridad. Si la clase política gobernante aguantó sin hacer gestos las palabras y los desplantes de Vázquez Raña, igual hizo la clase empresarial, que tanto habló de la importancia de un rescate del Centro Histórico y que ahora se apresta a buscar las oportunidades de negocio en la organización de la competencia deportiva.
Si antes se dudó, ahí está la prueba: Los Panamericanos son un negocio particular, que desparrama lucro para quien pague el boleto de ingreso.
¿Y los elevados valores deportivos?
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