México

Picasso

Esta semana, casi 40 años después, una casualidad prueba que don Domingo cumplió su palabra y descubre el extraño camino de su gestión

Picasso cumple 90 años. Llegamos a Vallauris mi esposa y yo, confiados en las gestiones de amigos mutuos para ser recibidos en la fiesta y realizar mi sueño profesional: entrevistar al artista más importante del siglo XX.

En aquellos tiempos había toreado en México Luis Miguel Dominguín, a quien se atribuía una estrecha amistad con Picasso. Noticias de prensa y fotografías frecuentes probaban su cercanía y la confianza entre ellos. Luis Miguel vivía temporadas en la casa del pintor, muy aficionado a los toros, quien lo trataba como a un hijo.

Nos hicimos amigos, tanto que le pedí a Luis Miguel conseguir una entrevista con el personaje a quien yo más quería entrevistar, al genio inaccesible. Contento de poder dispensar un favor a su nuevo cuate, Luis Miguel aceptó. “No se va a poder negar, porque usaré la fórmula perfecta para obligarlo: le pediré a su esposa Jacqueline su intervención. A ella nunca le niega nada”.

Estaba presente en nuestra reunión don Domingo Dominguín, el fundador de la dinastía de los Dominguines. “Déjame ver qué puedo hacer yo por mi lado”, me dijo el viejo al despedirme en la puerta.

Esta semana, casi 40 años después, una casualidad prueba que don Domingo cumplió su palabra y descubre el extraño camino de su gestión. Mi querido amigo Antonio Cosío me regaló un libro comprado en la Plaza de Toros de Las Ventas, en Madrid, titulado “Picasso y Arias. Pasión por los toros”. Ahí hay una carta.

Eugenio Arias, republicano español refugiado en Vallauris desde el fin de la guerra civil, era peluquero y el mejor amigo del vecino más famoso del pueblo. Durante muchos años nunca le cobró los cortes de pelo, hasta la muerte de Pablo Picasso en 1973, y el cliente le agradeció obsequiándole apuntes, dibujos, pinturas, piezas de alfarería, decorándole algún objeto como la caja de herramientas del oficio, carteles, todo con su firma: “Para mi amigo Arias”.

Restablecida la democracia en España, Arias volvió a su Buitrago natal, donde se fundó un Museo Picasso con los cientos de objetos que el pintor le había obsequiado y su archivo personal de fotos y cartas. Entre ellas está la de don Domingo, cuya existencia yo ignoraba hasta la semana pasada y es la razón de este Bucareli.

Escrita de su puño y letra en papel del Hotel El Presidente de Cozumel y fechada “México, 20-X-71”, dice: “Querido amigo y compañero: Te presento a Jacobo Zabludovsky, director del programa más importante de la TV mexicana, gran amigo mío.
“Quiere estar presente en el homenaje al viejo burgués y te agradeceré que le ayudes en lo que puedas. Lleva una carta de Luis Miguel para Jacqueline, pero yo confío más en ti para que le facilites su labor. Por aquí andamos matando el tiempo y algún toro que otro. Para Pascua nos veremos en Arles. Un gran abrazo para tu mujer y los niños y para ti el afecto de siempre. Domingo Dominguín”.

La alusión a Picasso como “el viejo burgués” y el tono general del texto demuestran el trato afectuoso entre los tres. Tocamos a la puerta de don Pablo. Una voz por la bocina preguntó quién es. Dije y agregué que traía una carta de Luis Miguel para la señora Picasso. Un momento. El momento se prolongó una hora. La bocina no volvió a hablar nunca. Decepcionados y tristes volvimos al pueblo. Buscamos a Eugenio Arias en su “Coiffure. Modern Salon-Dames et messieurs”. Estaba cerrado.

Ahora sé que recibió la carta desconocida para mí durante cuatro décadas. Nunca sabré si gestionó la cita con Picasso.

Decidimos ahogar nuestras penas en un café. Pasaron Rafael Alberti y su esposa María Teresa León, se sentaron con nosotros y nos levantaron del suelo el ánimo. El poeta de “Marinero en Tierra” me dedicó su libro con algunos dibujos a los que él, como Federico García Lorca, eran tan proclives, tal vez para competir con Salvador Dalí. Lo conservo como premio y no precisamente de consolación.

En la galería de arte del pueblo, al saber que éramos mexicanos y la razón del viaje, nos regalaron un cartel. Lo tengo frente a mí.

“Galerie de la Colombe. Avenue Georges Clemenceau. Vallauris. Hommage a Pablo Picasso por son 90o. anniversaire”.
Un grabado de Picasso con faunos que tocan música, beben vino y caen borrachos, ocupa las tres cuartas partes del cartel enmarcado en una sencilla cinta de madera negra.

A pesar de todo y después de tanto tiempo conservo un recuerdo grato de aquel episodio. Creo que valió la pena.

A Eugenio Arias nunca lo conocí. A los Dominguines, padre e hijo, no los volví a ver. La carta a Jacqueline debo tenerla. Los Alberti murieron. Jamás vi a Picasso. Al pie del cartel hay una fecha.
“24 octubre 1971”.
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