México
Persiste maltrato hacia empleadas domésticas
Según cifras oficiales, en México hay millón 558 mil mujeres que trabajan en casas ajenas
Este es un anuncio de ocasión publicado en 1760 en un pasquín español durante la época de la esclavitud, cuando las personas se comercializaban como objetos en México y en el mundo.
Carmen Sarasúa, escritora del libro “Criados, nodrizas y amos: el servicio doméstico en la formación del mercado”, cita en su obra decenas de anuncios similares, uno de ellos publicado en 1768: “En la calle de Las Infantas, casa número 12, se vende una esclava negra de 26 años de edad; sabe guisar, planchar, hacer pan y otras cosas”.
Ha transcurrido un siglo y aunque las actrices de esas historias de esclavitud cambiaron y las circunstancias son otras, las formas de explotación y los malos tratos se mantienen pese al paso del tiempo.
Los amos de aquella época son, en este siglo XXI, señoras de “la alta sociedad”. Ellas ahora colocan anuncios afuera de sus casas solicitando “sirvienta” o “muchacha” o visitan las sierras de Puebla, Veracruz, Oaxaca y Guerrero para buscar y utilizarlas en los quehaceres domésticos.
Las nodrizas de antes son ahora niñas, adolescentes y mujeres indígenas en su mayoría, con educación básica inconclusa, que suelen trabajar entre 16 y 18 horas diarias en casas o departamentos que se convierten casi en prisiones y donde sólo les es autorizada la salida los fines de semana, tras una larga jornada con bajo salario, sin seguro social y ninguna otra prestación.
Los calabozos de esa época son ahora residencias en las que a la “servidumbre” se les acondiciona un cuarto ubicado detrás o hasta arriba del inmueble, muchas veces en obra negra, húmedo, sin puertas o ventanas y con camas estropeadas.
El conteo oficial dice que hay un millón 558 mil mujeres que se dedican al trabajo doméstico en México. Las organizaciones que agrupan a algunas de estas “trabajadoras del hogar” —como exigen que se les llame— aseguran que nueve de cada 10 mujeres dedicadas a esta actividad comparten historias de explotación, de esclavitud.
Largas jornadas de trabajo, raquítica alimentación, golpes, humillaciones, sin derecho a recibir asistencia médica y abuso sexual, son situaciones que día a día padecen las mujeres del servicio doméstico, una actividad que no está bien regulada en la Ley Federal del Trabajo y que no es considerada por la sociedad, en general, como una forma de empleo, aunque sea remunerada.
En casos extremos, las patronas han suministrado anticonceptivos a sus empleadas sin su consentimiento y las han utilizado en fiestas de iniciación sexual de “juniors”.
Estos abusos obligaron a algunas mujeres a agruparse para exigir respeto a sus derechos humanos y a partir de este domingo, con una marcha, iniciarán en el país una campaña que llegará hasta Ginebra, Suiza, donde el próximo año, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) convocará a los gobiernos a una conferencia mundial en la que deberán comprometerse a mejorar las condiciones laborales de este sector. La organización de este movimiento comenzó justo en esta época del año porque es la temporada de los despidos.
No queremos trato de esclavas
Celerina Morales ha dedicado 18 años de su vida al trabajo doméstico. Y su experiencia en las lujosas casas donde ha servido no se parece nada a la que se observa en las telenovelas mexicanas de exportación. No se enamoró del patrón adinerado ni un hombre rico se apiadó de su pobreza. Tampoco terminó siendo la gerente de una importante empresa ni heredó una fortuna inesperada.
Su peor episodio lo cuenta con lágrimas. Hace 12 años la contrataron para hacer la limpieza en departamentos que se rentan para extranjeros. Le prometieron que le pagarían 50 pesos diarios por trabajar desde las 8:00 de la mañana hasta las 17:00 horas pero no le cumplieron. Le daban sólo 30, a veces 35 pesos, y aunque cumplía con su horario de salida, ella seguía trabajando porque antes de retirarse, la dueña del edificio entraba a cada una de las habitaciones para deslizar sus dedos en los muebles y comprobar que no hubiera polvo. Si lo había, Celerina tenía que pasar de nuevo el trapo. “Yo le explicaba a la señora que no era polvo, que era la pelusa del trapo, pero no me creía y se enojaba peor”.
Sólo comia a las 12:00 y le daban los restos de alimentos, todo en un solo plato. Así que si había sopa, frijoles y un guisado se lo mezclaban todo.
“Comía peor que un perro porque ni a él lo alimentaban así. Llegó un momento en que le dije a la señora que ya no quería comer ahí. Nunca le dije que en realidad me daba asco”.
Celerina renunció cuando encontró otro trabajo que parecía mejor. En ese sí había buenos tratos, pero la despidieron a través de un mensaje de texto en su celular: “Contraté a otra persona, ya no necesito tus servicios”. Su patrona la había acusado días atrás de robo. “Dijo que se le había perdido dinero y yo le juraba que no había sido yo, pero es que era casi diciembre”. Ese mes la mayoría de empleadas sufren, pues con tal de no pagarles aguinaldo, los empleadores las despiden usando un argumento común: el supuesto robo de dinero o pertenencias.
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