México

Pascual, el embajador incómodo

Si Felipe Calderón pidió en la Casa Blanca el retiro del embajador Carlos Pascual, la respuesta debió ser contundente: el embajador de Washington en México no se va

Si Felipe Calderón pidió en la Casa Blanca —como afirman fuentes diplomáticas— el retiro del embajador Carlos Pascual, la respuesta debió ser contundente: el embajador de Washington en México no se va.

Sólo así puede entenderse que más de una semana después de que el Mandatario mexicano se reuniera en privado con el presidente Barack Obama, Pascual siga tan tranquilo despachando en la embajada, a pesar de que públicamente el Gobierno mexicano ya le retiró la confianza, y que lo mismo aquí que en Washington, Calderón descalificara abiertamente al embajador y lo acusara de “dañar severamente” la relación entre México y Estados Unidos.

Si la decisión de la administración Obama es mantener a Pascual, aun con la opinión en contra de Los Pinos, habría que esperar dos cosas: que continúe el deterioro de la relación bilateral, afectada ya por ése y otros penosos episodios como el injerencista “Rápido y Furioso”, y que ante la inoperancia del embajador, en términos de la comunicación entre gobiernos, se generen nuevos canales de comunicación que permitan el intercambio diplomático.

Porque si Calderón fue a Washington a pedir la cabeza del embajador y no lo consiguió, como todo indica, le queda sólo una salida: retirarle a Pascual el Placet diplomático y declararlo persona “non grata”, algo impensable para muchos y de lo que no hay antecedentes en la accidentada y desigual relación México-Estados Unidos. Una medida de ese tamaño, a la que tiene derecho el Gobierno mexicano, ahondaría la crisis en la relación y pondría en riesgo los programas de cooperación en la lucha antinarco de los que depende, en buena medida, la estrategia calderonista contra las drogas.

Lo más cercano a la situación inédita que ahora se vive, con el desconocimiento público del embajador estadounidense por parte del Presidente, fue el otorgamiento del beneplácito a John Dimitri Negroponte, cuyos “duros” y “negros” antecedentes como agente de la CIA hicieron que el Gobierno mexicano estuviera a punto de negarle la aprobación. Fuera de eso, con todo y las personalidades complejas y los altibajos en la relación, nunca un representante de la Casa Blanca en México había sido cuestionado tan fuertemente, menos en público y menos por el mismísimo Presidente mexicano.

¿Llegaría el Presidente a una medida de tal magnitud o preferirá ignorar y aplicarle el silencio al embajador incómodo del Paseo de la Reforma?

NOTAS INDISCRETAS… Ayer, Miguel Ángel Osorio Chong prácticamente se despidió de la gubernatura de Hidalgo que entrega en 15 días al gobernador electo Francisco Olvera.

Arropado por la clase priista, Osorio presentó su último informe de Gobierno y comenzó a preparar su salida. Engallado por la presencia de gobernadores priistas —entre ellos su “jefe político” el gobernador de Estado de México, Enrique Peña Nieto, y el dirigente priista Humberto Moreira—, el gobernador saliente le exigió a Petróleos Mexicanos que comience ya la construcción de la nueva Refinería en Tula.

Y es que a Osorio se lo chamaquearon en el Gobierno federal cuando le pidieron que en 100 días tuviera listos los terrenos para la Refinería; con tal de que la obra se quedara allá endeudó al Estado con mil 300 millones de pesos y le compró a los ejidatarios a precios comerciales. Luego, en Pemex y en Los Pinos retrasaron la obra deliberadamente, se dice que por la cercanía de Osorio con Peña Nieto. Lo cierto es que Osorio ya se va y veremos si eso acelera la refinería, por lo pronto “el hombre de Peña”, como llaman al aún gobernador de Hidalgo, seguro seguirá operando para su jefe en Toluca… Tiramos los dados. Tocó serpiente.
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