México

No hay con quién pactar

En medio de la desesperación y del temor cada vez se escuchan más voces que piden que esto termine y que se arregle pactando con los narcos

En medio de la desesperación y del temor cada vez se escuchan más voces que piden que esto termine y que se arregle pactando con los narcos. ¡Si se pudiera! ¿Si toda esta sangre se pudiera detener con unas llamadas telefónicas reconviniendo a los capos para que regresen a las viejas fórmulas honorables de antaño? Pero no es así. Más allá de las implicaciones éticas que tendría que el Estado hiciera esas llamadas, la verdad es que no hay a quién llamarle.

No hay un selecto grupo de capos controlando desde algún lugar la violencia que asola a varios estados de la República. Cada nuevo caso nos revela que hay miles de pequeños y medianos grupos delincuenciales que buscan cada uno por su lado extraer como sea recursos de la sociedad: extorsionando, secuestrando, robando, matando.

El caso de los siete asesinados en Cuernavaca parece que va en ese sentido. Un asalto habría sido el origen de lo que terminó en tragedia. Dos de los jóvenes asesinados días antes habían sido asaltados, les quitaron sus pertenencias, los golpearon y los amenazaron para que no hicieran nada. Uno de los jóvenes le habría pedido ayuda a su tío, un ex teniente del Ejército que era jefe de seguridad de una farmacéutica y que también fue asesinado junto con los jóvenes. El tío, un hombre con antecedentes, envalentonó a los muchachos y se fueron a buscar al cadenero de un bar que ellos reconocían como parte del grupo que los había golpeado. Qué pasó después, es un misterio. Del grupo de delincuentes se menciona como líder a un ex capitán del Ejército.

En Ciudad Juárez interrogan a 60 policías porque cuatro muchachos fueron secuestrados y llevados a bordo de patrullas de la Policía Municipal. Nada se ha vuelto a saber de ellos.
En Durango siguen incendiando casas en poblados remotos y pobres de la Sierra. Familias enteras viven escondidas en el monte.

Lo que enfrentamos todos son a muchos hombres armados: militares, policías, ex militares, ex policías, narcos, talamontes, sicarios, psicópatas que en medio de la guerra de cárteles y del Estado contra los grupos criminales encontraron un terreno propicio para delinquir, enriquecerse y aterrorizarnos.

No hay pacto posible con ellos. Y el Estado, entendido como Gobierno federal y gobiernos de los estados, tampoco es una institución homogénea y confiable que pudiera hablar en nuestro nombre. Las policías y el Ejército, en mayor y menor medida están resquebrajados desde sus cimientos por la penetración del crimen.

Entonces ni se puede pedir un pacto, ni se puede seguir en esta lógica de guerra sin cuartel, porque es una ficción eso de que los buenos están nítidamente separados de los malos y combatiendo limpiamente y con la ley en la mano.

¿Y la solución?, preguntarán muchos. Parece que tendrá que ser el resultado de un largo trabajo de orfebrería social que apacigüe, reconcilie y castigue, buscando rehacer un espacio de convivencia pacifica.

Se ve y se siente difícil, de cualquier manera y por lo pronto: tenemos razón de tener miedo.
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