México

Mujeres en pie de paz

Las mujeres nos echamos a cuestas tareas no sólo de remuneración, sino de cuidado de nuestros semejantes

Para Andrea, en sus 24

Entre los desafíos y la esperanza, las mujeres estamos en pie de paz. No sólo la anhelamos y exigimos: la hacemos posible. En cada mujer hay materia prima para tejer redes, tender puentes, ser la pastilla de cuajada de su manzana, barrio, su entorno. Las mujeres somos mejores repartidoras de los bienes escasos, y eso hallaron los expertos de programas de ayuda en la pobreza, como el de Oportunidades. Las mujeres, por lo general, velamos por quienes no pueden valerse por sí mismos. Nos lo demuestran Las Patronas, en Veracruz, que alimentan desde las vías a los migrantes que van arriba del tren. Las Guerreras de Ciudad Juárez, que surten de despensa y medicinas en sus motocicletas rosas a ancianos, niños o personas solas en colonias violentas. Las Mujeres Mayas de Las Abejas, sostén de su comunidad.

Las mujeres nos echamos a cuestas tareas no sólo de remuneración, sino de cuidado de nuestros semejantes. Así ha sido tradicionalmente en nuestra sociedad. Hay hombres excepcionales que también las realizan, pero siguen descansando sobre todo en hombros femeninos. Por eso somos un activo para la paz de nuestras comunidades. Podemos elegir y cambiar formas de relacionarnos en nuestras familias, formas de discutir y de convencer; podemos elegir y cambiar gobiernos.

Quienes ahora disparan tendrán que pedirnos ayuda. Les pediremos que vuelvan a su propio centro, observen a su alrededor, mediten sobre el mosaico plural que constituye la patria, renuncien a su poder extralegal, se sometan —quienes han abusado—, rectifiquen —quienes dañan a otros—, reparen el daño todos, y aprendan a dormir en paz, después de haber orado, hecho meditación, yoga o silencio, y de haber visto a los ojos a sus niñas y esposas, y de haberse visto en el espejo.

Nunca será el camino del odio el que nos constituya como un pueblo fuerte. Será el de la reconciliación. Habrá sacrificios y renuncias. No podemos permitir que comande la vida nacional el crimen organizado, pero tampoco el abuso policial o militar, el solo camino de las armas para resolver un problemón estructural. Se requiere energía para combatir a quienes tienen secuestrada parte del territorio, pero sobre todo inteligencia preventiva, y una enorme dosis de ternura con quienes, desesperados, ni pueden confiar en las autoridades que los abandonan, ni pueden hacerlo en los capos de la plaza que les arrancan las posibilidades de una vida digna.

Las mujeres podemos decir a la violencia un NO con contenidos: que la ética impregne la vida pública. Y si para ello es necesario revolucionar el sistema de partidos, hagámoslo. Pero que quede claro a los varones de la política y a los poderosos de facto: sin nosotras no podrán. La luz no se hará para México a espaldas de las mujeres. Será con nosotras. Con cada una en pie de paz.
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