México
Mi mensaje
Lo ideal sería abstenerse de discursos, ¡otro discurso!, uno más al rollo diario que padecemos como invencible lluvia de palabras a prueba de paraguas
Lo ideal sería abstenerse de discursos, ¡otro discurso!, uno más al rollo diario que padecemos como invencible lluvia de palabras a prueba de paraguas. Si cada mañana desayunamos declaraciones untadas al mollete, ¿qué necesidad tenemos del gran fin de fiesta anual, beneficio y despedida por toda la compañía cuya actuación hemos aplaudido en matiné, tarde, moda y noche durante larga temporada llena de éxitos con el entusiasta aplauso del respetable? Desde el Teatro de la Tesorería hasta los foros de Cancún, pasando por los patios del Palacio, la gira ha cosechado triunfos y el reconocimiento de la crítica más respetada. ¿Para qué el mensaje de año nuevo?
Por una razón definitiva: es costumbre y la costumbre es ley. Su ausencia, y asumo la responsabilidad de lo que digo, sería peor que el mensaje. Daría lugar a rumores, bulos, borregos y fantasías, algunas inventadas por enemigos políticos, cuyos alcances serían incalculables. El mensaje es un mal menor ante el riesgo de la falta de mensaje. Por lo tanto, hagámoslo lo mejor posible. Esto es lo que yo haría.
Sencillo. Acudir a los maestros del género en un intento de imitar su forma: “Decían que por el paseo marítimo había aparecido una cara nueva: una dama con un perrito”. O: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre: un tal Pedro Páramo”. Son ejemplos. Admito que nada hay más difícil de imitar que lo sencillo. El estilo complicado es característico de la casa; habría que cambiar a los escritores porque es imposible cambiarles el estilo. No descartar la posibilidad de acudir a los “evangelistas” del portal de Santo Domingo, sabios en el arte de hacerse entender sin tanto cuento.
Sincero. Equivale a decir la verdad. Hablaría de seis millones de analfabetas. Del contraste espectacular entre los ricos, unos cuantos, sobre los pobres, más de la mitad de la población. De la falta de oportunidades para los jóvenes que no encuentran lugar o no pueden ingresar a escuelas superiores si su prioridad es comer. De la inseguridad que obliga a los particulares a morir defendiendo su rancho o buscar en los pantanos los pedazos de su hijo asesinado. De la corrupción en todos los niveles. De la marginación de los pueblos indígenas. La destrucción de bosques y manglares y el agotamiento de manantiales. La falta oportuna de camas de hospital, medicinas y atención eficaz. La sospechosa administración de la justicia. La desconfianza en la Policía. La distancia cada vez mayor entre esto, lo que tenemos y somos, con lo que otros países de similar desarrollo al nuestro han logrado en calidad de vida. Hablarnos como adultos sería una sorpresa inolvidable.
Deseos. Bastará con un “feliz año” aunque puede omitirse sin temor de que alguien lo note.
Brevedad. En la traducción de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera la narración de cómo fue creado el mundo requirió menos de 800 palabras, la mitad de las que forman este artículo, la milésima parte de las que suelen integrar un discurso político.
Desde: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, hasta: “Y bendijo Dios el día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación”, entre esas dos frases se describe la creación del universo. Cualquiera otra historia, si partimos de la lógica elemental, no merece una palabra más. Sí menos.
Agradecería la compañía de mi esposa que se ha mantenido a lo largo del sexenio en lugar discreto, a pesar de estar en todo. Su imagen es la de una mujer joven y madura a la que los lambiscones sexenales no han logrado marear ni mover de su sitio familiar. Mantiene una imagen de sencillez. No es el rebozo, convertido en su prenda habitual, lo que la hace cercana a sus paisanas. Es un saber estar en su sitio. Merece mención especial. También la merece, por otras causas, Diego Fernández de Cevallos, rescatado de dos agonías: la suya y la de su partido a quien del cielo le cayó el candidato presidencial más oportuno de la historia.
Ofrecería rendir cuentas claras y mostrar, como Machado, lo ligero de mi equipaje. Entregaría a mi sucesor la banda (la del pecho) sin mancha alguna. Como garantía de mis promesas renunciaría a cualquier fuero legal y me pondría a disposición de tribunales confiables en el caso de alguna reclamación en torno al desempeño de mis tareas. Me reintegraría a la vida austera.
Si yo fuera presidente.
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