México

México no es traspatio; es panteón

A la paz no se llegará sin la acción colectiva, sin salir a la calle a exigir cambios radicales en las políticas gubernamentales, sin honrar a nuestros muertos

Escribo la columna horas antes de las marchas simultáneas que ayer serían realizadas en distintos lugares del país. En por lo menos 12 ciudades que buscan expresar su rechazo a la creciente violencia; entre ellas Guadalajara. Ignoro cuántos asistieron. Los visualizo como partícipes en una nueva oleada de protestas que tiende a crecer en toda la República. Porque hay miedos que paralizan individual o socialmente; y hay otros que empujan, que hacen sacar la casta, que movilizan, que nos llevan a enfrentar problemas. En este segundo camino observo la continua indignación que cunde.

El reciente asesinato en Morelos de un grupo de jóvenes, entre ellos Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del escritor y poeta Javier Sicilia, detonó una nueva corriente nacional de indignación. ¡Ni un muerto más!, se ha exigido, a gritos, desde ahí. Y también se ha expresado el enojo tal y como tituló su “carta abierta a los políticos y a los criminales” el también articulista de la revista “Proceso”, con un lenguaje crudo, tan común en las calles cuando los mexicanos nos hallamos hartos, cansados, en el agobio que rebasa cualquier límite: “Estamos hasta la madre…”.

Las principales víctimas de esta guerra cruel, absurda, loca, son jóvenes. La mayoría de los consumidores de drogas, de los inocentes acribillados por balas, y de los policías y militares honestos asesinados, son jóvenes. Uno de los terribles saldos del fracaso de la estrategia gubernamental de combate a los grupos delictivos, son los miles de cadáveres de jóvenes mexicanos.

Entre los beneficiados de la carnicería están, entre otros, las industrias y negocios armamentistas de Estados Unidos. Empresas del vecino país producen y venden libremente las armas, México pone los muertos. Allá consumen la mayor parte de las drogas, México se las envía con rastros de sangre. México no es traspatio de Estados Unidos; es su panteón. Es su cada vez más grande camposanto, al que llegan los cuerpos sin vida de, sobre todo, jóvenes mexicanos.

La paz es el camino. La paz que no llegará sin medidas tan concretas como, por ejemplo, abatir la deserción escolar de adolescentes y jóvenes, o sin el ofrecimiento de empleos con excelentes salarios y no las miserias de sueldos que ofrecen la mayoría de los patrones.

A la paz no se llegará sin la acción colectiva, sin salir a la calle a exigir cambios radicales en las políticas gubernamentales, sin honrar a nuestros muertos (que son de todos), sin demandar y advertir tanto a delincuentes como a políticos (en ocasiones, sinónimos) que, en efecto, “estamos hasta la madre”.
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