México

Luciérnaga ciudadana

Luciérnagas, candelas encendidas antes de que nos atrape el temor. Eso quisiera ser esta columna que inicia

A la memoria de Germán Dehesa

Candelillas o velitas de pastor, le dicen los campesinos de Italia a las luciérnagas; relata Leonardo Sciascia. Un regalo para los pastores, que por lo general eran niños en la Sicilia rural del escritor. Un escudo contra la oscuridad total. Una pequeña luminaria que acompañe mientras la oscuridad crece.

Luciérnagas, candelas encendidas antes de que nos atrape el temor. Eso quisiera ser esta columna que inicia. Acompañarte, lector, lectora. Hoy da miedo asomarse a muchos rincones de la patria, caminar por amplias zonas de nuestras ciudades, aunque sea de día, no digamos de noche.

Necesitamos esas luciérnagas. Es cierto que están en extinción, por la contaminación del aire y del agua. Ya es un lujo verlas en algún paraje alejado de los agroquímicos, o del aire casi envenenado de nuestras ciudades. Pero si nos lo proponemos y somos multitud, es posible que un día retornen como un regalo a nuestras vidas.

Yo quisiera ver luciérnagas en vez de calles tomadas por presencias que me dan a entender que ahí no manda el derecho, lo que es recto, sino lo contrario. Hace rato había dejado de transitar por esas calles más o menos céntricas de Guadalajara, pues tuve que vivir lejos los días laborables. Ahora, he visto barrios enteros habitados no por un espíritu de fiesta precisamente, sino por personas y grupos que intimidan y expulsan a los ciudadanos de sus propias calles. ¿De quién son las esquinas, las plazas y los parques?

Acaba de visitar Guadalajara Leoluca Orlando, el ex alcalde de Palermo, quien encabezó, tras los asesinatos de los jueces antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, la movilización ciudadana que dijo ¡Ya basta! Cuatro amas de casa comenzaron a colgar sábanas blancas de sus balcones, y todo Palermo se convirtió en miles de sábanas exhibidas. Orlando dijo en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara que es insegura una sociedad donde lo que no es de unos ni de otros no es de nadie y ninguno lo cuida. Y que, en cambio, es segura aquella donde lo que no es de unos ni de otros, es de todos y entre todas y todos es cuidado.

Cuando nos hacemos cargo de eso que no es de nadie, sino común, al grado que queremos mantenerlo grato, limpio y seguro, las cosas comienzan a cambiar. La luz transita hacia adentro de las casas y algo se ilumina no sólo en la vida pública, sino también en los recintos íntimos. Nos concierne la banqueta que no se barre o que esconde trampas, la basura que se acumula, el charco lleno de zancudos; los largos tramos urbanos donde no funciona el alumbrado público y parece que lo lobos van a saltar de un momento a otro a engullir a los paseantes. Allí es donde hacen falta las luciérnagas, el espíritu ciudadano que se ocupa de las grandes y las pequeñas cosas de la comunidad.

El ágora, la plaza del convivio, se da ahí donde nos sentimos en confianza y el miedo está ausente. Hubo un hombre que durante años escribía un artículo, de lunes a viernes, nomás para reanimar lo ciudadano que estamos llamados a ser. Acaba de morir. Germán Dehesa. Desde La Gaceta del Ángel, que en mi tierra comenzó llamándose Gaceta del Charro, Germán encendía a diario sus candelillas de pastor.
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