México
Los renglones torcidos de Dios
Siempre me ha parecido que todas las cosas que ocurren tienen algo racional que las descifra
Hay historias que no se dejan escribir. Se defienden, patalean, se ponen o te ponen furiosas; hasta consiguen hacerse las muertas. Hay historias que nos ponen altivas frente a la memoria o la justicia y nos retan. Son las historias que inventamos antes de poderlas pronunciar. Antes de que ellas sean las que acaben por convencernos de haber sido lo que nunca fuimos. Aunque lo que nunca fuimos es también una verdad.
Eso me pasa todos los días ante la interminable decisión de: “entre tantos y cada vez más tantos personajes de la vida real, que piden ayuda de unas monedas con una mirada, las más de las veces, manipuladora, hermética: “Tú que todo lo tienes”. ¿Qué sabe él lo que yo tengo? ¿Qué sé yo lo que él no tiene?
¿A quién le comparto? Al que cuida tu “coche, y presientes que lo convertirá esa misma noche en “tonzol”. O a la viejecita de rebozo y cara reseca arrugas de los años al sol. Que a lo mejor, quizás, ha pasado su vida viviendo de las dádivas fáciles, mientras uno piensa que la vida ha sido injusta con ella.
La Madre Teresa decía que no había que ayudar al prójimo por caridad sino por convencimiento.
Se peguntaba en su blog Alejandro Aura: “Dónde queda lo que somos. Si en el recuerdo o en la imaginación”. Y es que siempre que contamos a trozos nuestra vida, nace otra parte de nosotros. “Lo que fuimos sin haber sido”, (yo fui Beatles mucho tiempo) pero que de todas formas somos porque así nos recordamos. Y vamos hilvanando con hilos de palabras esa otra parte de nosotros que brota, del recuerdo imaginado.
Cuando en el semáforo rojo llega el niño que sin preguntar, en tres segundos limpia el parabrisas de tu coche y sonríe cuando se le mira a los ojos o la joven mamá exhibiendo envuelto en un rebozo su criatura porque hasta ahí llega su mercadotecnia de despertar compasiones. Los miro y me pregunto cómo contarán ellos la historia de su día cuando llegue la noche. O mañana. O ya cuando sean viejecitos. Pero tal vez ni siquiera la cuenten y si lo hicieran no lo harían como yo la escribiría.
Siempre me ha parecido que todas las cosas que ocurren tienen algo racional que las descifra. De ahí nace un equilibrio creativo: sin ser demasiado pesimista porque ves las sombras, ni demasiado optimista porque sólo percibes las luces. Ser completamente realista, asumiendo completamente lo incompleto de la vida humana, “intentando, día a día, escribir derecho con renglones torcidos.
Eso es todo. Los “Renglones torcidos de Dios”.
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