México

Los partidos complican verdadera reforma política

El diputado Juventino Castro y Castro es escéptico con respecto al cambio debido a la falta de participación popular

CIUDAD DE MÉXICO (20/JUL/2010).- Desde sus 93 años, y de pie sobre una historia profesional que incluye ser ministro retirado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), el diputado federal Juventino Castro y Castro, afirma: “Una reforma política auténtica tendría que considerar la participación directa del pueblo, a través de una democracia participativa, con todas sus instituciones”.  La reforma es un tema que le apasiona, quizá tanto como la noción de democracia directa. “El pueblo no se siente soberano. Somos un pueblo demócrata que no conoce la democracia”.  

—¿Por qué no avanza la reforma política?
—“Hay un impasse. Los partidos traen un agarre tremendo sin llegar a ningún lado. Es la lucha por el poder. Dejan que las cosas transcurran bajo un sistema podrido, que no puede llevar más que a la derrota y la desesperación”.  

—Parece una contradicción esto de la representatividad.  
—¿Cómo es que teniendo el poder el pueblo lo otorga a representantes, y después los representantes lo mandan hasta el extremo de obligarlo a hacer cosas que no quiere? –respondió, apuntalando la pregunta.  Y apostilla: “Es cosa difícil de entender para todo el mundo”.

—¿Cuál sería su explicación?
—En México, desde antes de la República, hay una tendencia curiosa. Creemos que al nombrar a nuestros representantes les regalamos el poder público que tenemos. Es un error. El poder público se encarga (a los representantes), pero ellos lo retienen en su mayor parte.   

—¿Cómo se iniciarían cambios?
—He presentado ante la Cámara una iniciativa para establecer la democracia participativa, en la que el pueblo pueda directamente llevar a cabo los actos. La democracia participativa se lleva a cabo mediante consulta al pueblo. Y la consulta puede ser lo mismo un plebiscito, una revocación de poder. Y debe existir una institución para ello. El pueblo debe y puede presentar iniciativas. Si no legislar, cuando menos sí decir: “Yo quisiera esto, y te lo propongo”.   

—Novedosa sería en México la democracia participativa.
—Sí. No está en la Constitución y por eso pido que se establezca con claridad, y con todas sus instituciones de consulta pública. ¿Cómo se puede consultar al pueblo? Pues llamándolo. Es la plaza pública de los romanos; preguntándole: “Te parece esto o te parece lo otro”…Y el pueblo opina.   

—¿Qué sucede con la representativa?
—Para los menesteres administrativos es lógico que continúe la representativa. Deben existir jefes de Gobierno, diputados y senadores para el caso de la República; por supuesto alcaldes, y toda clase de elementos de representación.   

—¿Qué falta?  
—La verdadera respuesta está en el pueblo. Si el pueblo es soberano, es el que debe tomar las determinaciones. El pueblo tomó la determinación en la Revolución Mexicana. Tomó el poder en sus manos, y dijo: Te derribo a ti, Gobierno, que has sido dictatorial”.  Y luego, desgraciadamente, se metió en pleitos internos por el poder. Poco a poco ha venido desacreditándose. El pueblo no se siente soberano. El pueblo cree que le dicen “soberano” con fines políticos, y sonríe con ironía. Pero no toma el poder en sus manos.   

—¿Por qué?
—Somos un pueblo demócrata que no sabe lo que es la democracia. Se indigna cuando sindicatos y otras organizaciones especiales se manifiestan. Las ve mal porque dice que interrumpen el tránsito y no se puede transitar libremente.   

—En todo esto, ¿dónde mira usted a los partidos políticos?
—Creo que si el poder lo tiene el pueblo, los partidos no pueden tener el poder. Pero sí creo en los partidos como adoctrinadores de la tarea pública. Pero note usted su error grave. El pueblo desprecia a sus gobernantes; pero no toma el poder. Los obedece. Los sigue. Los consiente y a veces los alienta. En otras palabras: no sabemos ser pueblo independiente.   

—Hay dos celebraciones este año relacionadas con la Independencia...  
—Estamos celebrando el Bicentenario y Centenario de dos acontecimientos fundamentales; que somos independientes y que somos un pueblo de tendencia social. Y ninguna de las dos cosas aparece en nuestro pueblo. Estamos peor que en la colonia.   

—¿En qué?
—Entonces había rebeldía; ganas de hacer un país independiente, y lo lograron. Costó muchas muertes; muchos líderes. Pero se logró. ¿Y qué hemos logrado nosotros después de la revolución? Nada. Bueno; sí. Hacemos dos cosas: criticar a los gobernantes y decir chistes. El mexicano se venga con chistes; se satisface caricaturizando. Pero, ¿qué consecuencias saca de ello? Ninguna. Se burla de sí mismo, porque los políticos sabemos que se enriquecen; que son exitosos. Y el pueblo cada vez está más atrasado. Más angustiado. Cada vez más miserable en lo material y en lo espiritual.   

—Habla de una teoría y una práctica.  ¿En dónde está el pueblo?  
—Es un asunto también de educación política y cívica, y eso no existe en México. Deberían ser los partidos políticos lo que promovieran todo esto. El pueblo no cree que pueda serlo. Lo creemos unos cuantos. Lo teorizamos. Pero lo práctico sólo puede venir del pueblo en general. Los demás hacemos un esfuerzo por despertarlo. Pero, acuérdese, despertarlo no es sustituirlo.  Es lo único que podemos hacer.   

—¿Por qué es tan difícil en México entender con claridad qué es la democracia?
—Todavía vivimos el cacicazgo de los pueblos indígenas, que no hemos superado. Pero del pueblo español nos viene una tendencia a la rebeldía, y, por lo tanto, somos excelentes mestizos, pero no aplicamos lo mejor de ninguna de las dos razas.  Es tiempo ya de que lo reflexionemos. México debe cambiar la cultura derrotista, indiferente, del que no siente nada, y nada más piensa qué comerá mañana.   

—De esto que comenta, de las raíces, ¿qué han considerado quienes plantean hoy la reforma del Estado?  
—Nada, absolutamente. Hablan de cosas que si debe haber elección o no, o que si un jefe de Gabinete, y cosas por el estilo. Hablan de un cuarto poder. Pero, mire: las elecciones las hace el poder, y no pueden hacerse independientes. Más bien, el cuarto poder sería el poder electoral político.   

—¿Dónde están los partidos políticos?
—Los partidos tienen sus intereses particulares. Unos a la derecha, otros a la izquierda, y otros al centro. Pero siempre particulares. No ilustran, no educan, no adoctrinan al pueblo, que es lo que realmente deberían hacer.   —Dos partidos aparentemente situados en los extremos, PAN y PRD, ahora, aliados, no salen del terreno de la práctica, lejos de sus doctrinas. ¿Qué opina?  —Se unen no para sacar un mejor México, sino para ganar una elección. Y eso, evidentemente, no va a ser del provecho del pueblo.    

—Desde enero de 1995 todos hablan de la reforma política que cambie el modo de andar de la República,  pero no se concreta. ¿Por qué?  
—Porque perderían su poder. Cuando el pueblo intervenga, exija más e incluso despida, entonces le tendrán miedo. Ahora no. Ahora le dicen que es un pueblo miserable, que no puede levantar la cabeza; que necesita saber cómo va el dólar y el euro; que es todo lo que le importa. Y, claro, empleos. Y le dan a leer estadísticas de cómo vamos mejorando.  Pero nada es cierto.    

—El peso y el contrapeso, suele aludirse así a la relación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. ¿Cuál es su apreciación del equilibrio del poder en México?  
—Es una mala relación entre esos dos poderes, y una ignorancia del tercero, que es el Judicial y al que se le pone en ridículo planteándole cosas imposibles.  Quieren que el tercer poder  castigue a políticos cuando el acusador, el Ejecutivo, no lo hace. Y entonces la Corte dice: “Yo nomás te digo, que hubo irregularidades; pero quien tiene las facultades (de sancionar) es otro poder”.    

—¿Hay propuestas en el proceso legislativo para contrarrestar estos desequilibrios?  
—Tengo una iniciativa (de ley) para que la Corte pueda intervenir, y sus investigaciones consignadas al Ministerio Público como una denuncia formal de delito. Creo que eso no se lo pueden negar a los ministros. Son ciudadanos.   

—Usted es el presidente nada menos que de la Comisión de Puntos Constitucionales. Y es un diputado reconocido, dentro y fuera del ámbito legislativo. ¿Ha logrado que avancen sus iniciativas?  
—Creo que ninguna. La que nos festejaron mucho fue la del laicismo, pero no fue mía. También las de acciones colectivas. Una persona pide a nombre de todo el pueblo o posibles dañados que se diga que es inconstitucional esa ley o esa conducta. Sigue en proceso.    

—¿Cuáles reformas, además de las que mencionó al principio, de democracia directa, interesarían a usted?  
—La reforma de ley que permite el arraigo es inconstitucional, pero lo hicieron constitucional, permitiéndolo en la Constitución. Propongo que se anule. Arraigar a una persona durante 40 u 80 días es contra el principio de la presunción de inocencia. Es un atraco constitucional cuando el Ministerio Público obtiene de los jueces –vía leyes reglamentarias- un arraigo.    

—¿Qué pasa en el Congreso? ¿Por qué tarda este tipo de reformas?  
—Hay un impasse ahora. Los partidos políticos se traen un agarre tremendo sin llegar a ningún lado. Es la lucha por el poder. Dejan, en mucho, que las cosas transcurran bajo un sistema podrido, que no puede llevar más que a la derrota y la desesperación.   

—Pero todos hablan de una reforma política. ¿A qué se refieren los partidos políticos, si no a una como usted plantea?  
—La reforma que quieren hacer es adelantándose a la auténtica. Tarde o temprano se logrará una reforma política en México. Y se han planteado adelantarse pidiendo esto o aquello.   

—¿Por ejemplo?  
—Fíjese si no es una distracción lo de la reelección. Estoy de acuerdo que repita si alguien ha sido un buen diputado, un buen senador. Puede tener su experiencia; sus precedentes buenos. Pero en eso no están los fines de un país. Al fin y al cabo, el que debe sentir que manda es el pueblo, y no importa si repite un señor o lo cambian por otro.  

—El pueblo al final, otra vez. ¿Por qué?  
—En plena lucha revolucionaria teníamos mejor sentido, mejor idea de lo que era el derecho social. Una mejor idea del reparto equitativo de la riqueza.  Un mejor uso de las libertades y defensa de los derechos. Actualmente, en estos aspectos, somos como un burro que no camina… Y que me perdonen los burros.   

—El sistema político mexicano de plano no ha podido con la distribución de la riqueza.  
—Se ha creado un sistema en  favor de la concentración de capitales, riqueza; y por lo tanto de poder. Mire: esto es  terrible lo que está pasando entre nosotros. Lo del narcotráfico. Es lo mismo: buscan poder y riqueza.    

—Pero esto no es tema exclusivo de México. Muchos sistemas están amenazados por el crimen organizado...
—Esto del narcotráfico es sencillo: ¿cuál es el país que consume más drogas? Estados Unidos. Esto ha creado un modelo que es universal. Estados Unidos no podría dejarlo en manos ajenas, pero sí quieren que se crea que está en manos ajenas. Se da mucha importancia a los capos mexicanos, pero son empleados de los capos americanos.  
¿O qué? ¿Los mexicanos ponen la droga en las fronteras y de allí en adelante ellos también la distribuyen, o son aquellos quienes lo hacen? Y quien está tan empeñado en que esto no se ponga de manifiesto es el Gobierno de Estados Unidos; porque él es el dueño del negocio más grande que existe. Quiero recordarle que, ahorita, el narcotráfico es la entidad que más proporciona capital a México.    

—Desde el Gobierno se ha insistido en cambiar leyes para fortalecer el combate al crimen. ¿Qué piensa usted ello?  
—Es una torpeza cuando se dice que esto es una guerra. El Ejército, en tanto, ha acabado más embarrado que nunca.   

—¿Cómo acabar con el problema, cuando ya, incluso, se percibe desazón en el Gobierno?  
—Nadie en realidad pueda acabar eso sino el pueblo. Pero el pueblo debe tener mucha claridad y medios para actuar. Es hora de que se manifieste democráticamente.    

—¿Y a usted, cómo le ha ido en lo personal en la Cámara de Diputados? ¿Cómo lo han tratado?  
—Me han respetado mucho. Y se los agradezco.    

—¿Y desde su presidencia de la Comisión de Puntos Constitucionales?  
—Fíjese que no sólo las iniciativas que quieren reformar a la Constitución tienen que ver con la Comisión que presido; también, indirectamente, las otras leyes orgánicas. Por lo tanto, se me ha hecho, fuera de la Cámara, pero con la aceptación de algunos, el caldo de que yo pongo lentitud en las leyes que no me gustan, y que pongo prontitud a las otras. Y esto es una mentira.    

—¿Quién, quiénes dicen eso de usted?
—“Hemos distribuido todos los asuntos entre los secretarios de la Mesa Directiva, que son varios por partido político. Y por lo tanto el reparto de la tarea de formular directamente corresponde a todos. Y nosotros lo único que hacemos en la presidencia (de Puntos Constitucionales) es facilitar. Pero, repito, ésa es la única pena que tengo. Todo lo demás son satisfacciones por la forma tan respetuosa como me tratan y como me escuchan.   

—Concretamente, ¿cómo lo trata el PRD?  
—Con mucha condescendencia. Están de acuerdo en que no pertenezco al partido. Saben que soy antipartidista. Pero me hicieron un grande honor con invitarme como diputado de vía proporcional., y me he sentido muy honrado.   

—¿Qué influyó en su decisión de ser diputado, cuando ya fue casi todo, incluido ministro, reconocido por cierto, de la Corte?  
—Vivía mi esposa, que acabo de perder hace cuatro meses. Me dijo, entusiasmada, que aceptara la invitación. Y la acepté con mucho gusto. Y no me quejo.    

—Pues en el Congreso de la Unión a usted muchos legisladores y estudiosos del derecho parlamentario lo tienen como el gran referente.  
—Eso demuestra que la Cámara de Diputados también se equivoca. Sólo soy un estudioso que tiene mucha curiosidad y buena fe.  

Vicente Bello

PERFIL

De ministro a diputado

Juventino Víctor Castro y Castro


Nació en Nuevo Laredo el 16 de julio de 1918. Es licenciado y doctor en derecho por la UNAM, misma casa de estudios en la que también estudió la licenciatura en Filosofía y Letras. Fue profesor de la Escuela Libre de Derecho y titular de la cátedra de derecho en su alma mater.

También fue asesor jurídico de múltiples instituciones del Gobierno Federal y de la Presidencia, además de juez en diversos tribunales.
En enero de 1995 el Senado lo designó ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y estuvo adscrito a la primera sala, de la que fue presidente.

Ha recibido reconocimientos como el de “Ciudadano distinguido de Nuevo Laredo” y la Gran Cruz de Honor en Grado Oficial como reconocimiento al mérito ciudadano y a su trayectoria profesional y de servicio público, así como el Premio Nacional de Jurisprudencia 2003. También recibió las preseas “Benito Juárez”, “Andrés Quintana Roo”, “Guillermo Prieto”, “Belisario Domínguez” y José Vasconcelos”, por citar sólo algunas.
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