México

Los legisladores y el ventríluco

Por Vicente BELLO

Conforme se conocen más pasajes del libro aquél, el silencio se ensancha en los territorios del Congreso de la Unión. Es como si hubieran bajado una cortina de hierro los tres partidos políticos allí aludidos directamente (PRD, PRI y PAN), y en el cerrojazo también ha ayudado Televisa.

Nunca a un grupo apostado en el pináculo del poder le habían levantado el faldón tan de súbito. Y los legisladores sólo han acertado a callar y a tapar, presurosos, la visión de podredumbre que los capitanes de la actual clase política tiene de su interior, cual un sepulcro blanqueado.

El PRD se ha dedicado en Xicoténcatl y en San Lázaro ha opinar de la influenza humana y del sistema financiero. Ni más ni menos: ecos de lo que sólo quieren opinar el Gobierno y Acción Nacional, que va por el miedo colectivo como el último recurso electoral.

Este lunes, a ese partido auto calificado como “de izquierda” no le pareció nada importante posicionarse respecto de lo que ha dicho su antiguo socio Carlos Ahumada, quien de extorsionadores no los ha bajado. Extorsionadores e hipócritas que desde el Gobierno de la Ciudad de México pedían ayuda a empresarios que se perdía en bolsillos particulares, en nombre del PRD y a cambio de contratos, prebendas. Y era cuando aparecía el nombre de Bejarano.

O la versión más reciente de la imagen pública de Rosario Robles Berlanga, quien a decir de Ahumada ella presenció desde siempre el inicio de la confabulación de Carlos Salinas de Gortari y Diego Fernández de Cevallos, contra Andrés Manuel López Obrador. Y la Rosario aquella que se reunía, a mediados de 2003, con el entonces presidente Vicente Fox en el departamento de Rodolfo “El Negro” Elizondo, entonces vocero de Los Pinos y actual secretario de Turismo. Pedía a Fox dinero para el PRD; y éste decía que sí… pero nunca cuándo.

Acción Nacional seguía ayer utilizando a la influenza como el único tema a atender. Por ese ángulo se aparecían ayer sus diputados y senadores. Nada que responder en torno del libro. Contrastaba su ánimo marrullero y lerdo este lunes, a propósito de las denuncias de Ahumada, con el tremendo interés que mostraron en febrero de 2003, cuando por instrucciones directas —ahora se sabe— de Carlos Salinas de Gortari, Diego Fernández de Cevallos y Santiago Creel entregaron el video de las ligas de Bejarano a uno de los panistas más pulcros y finos de que se tenga memoria, Federico Döring, para que éste fuera a Televisa a tenderle la cama al “señor de las ligas” con la ayuda y complicidad de “Brozo”, quien en su programa “El Mañanero” había invitado salir al aire a Döring, primero, y luego a Bejarano.

Tan herméticos sobre el caso, como los perredistas y los panistas, se miraron ayer los priistas de las dos cámaras del Congreso General. Y es que Ahumada también tuvo con qué quererlos.

El ex presidente Carlos Salinas, priista, no sólo ha tenido en su poder los hilos de “títeres” como Diego Fernández y Santiago Creel —según la versión de Ahumada, hasta ahora irrebatible—, sino también es el ventríluco de nada menos que Enrique Peña Nieto, el caballo negro para 2012 de la actual dirigencia nacional del Partido Revolucionario Institucional, que dirige Beatriz Paredes Rangel.

“Es un muchacho con mucho futuro”, le dijo Carlos Salinas a Carlos Ahumada. “Deberías reunirte con él”. Y fue entonces cuando ese ventríluco siniestro le pidió al argentino que sería bueno que a Peña Nieto le abriera las puertas en su diario. Salinas se refería a “El Independiente”, aquel periódico de corta vida del que Ahumada era dueño.

Conforme se conocen pasajes del libro, las voces del PRI, PAN y PRD en el Congreso se han ido apagando, y refugiándose en la argumentación —gastada ya— del virus de la influenza, del cual ayer en Xicoténcatl ha comenzado a ser mirado como un recurso electoral, que ya se irá apareciendo donde y cuando el partido en el poder lo vaya necesitando.

Cuatro días después del mangarriazo brutal que Ahumada les acomodó, Televisa seguía sin darse por enterada. Ni siquiera porque allí se lee cómo Carlos Salinas trataba al vicepresidente Bernardo Gómez: de un “guey” que hacía lo que el ventríluco le pedía.
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