México
Los datos personales, baratos en el mercado
¿Y si venden esa información en Tepito (‘‘aquí las identidades, pásele, pásele’’) o en mercadolibre.com?
Alguien, en un hospital, tiene el registro de sus enfermedades; alguien, en un escritorio, tiene las placas de su auto, y ahora alguien tiene también el número de su celular.
Hasta ahí todo va bien, pero ¿y si venden esa información en Tepito (“aquí las identidades, pásele, pásele”) o en mercadolibre.com?
Si se pone atención, hay dos tipos de registros: los de las empresas y los del poder. La gente, habitualmente, desconfía de los datos que entrega al Gobierno y se somete sin tantos tapujos a las preguntas que le hacen en el banco, en la empresa, en la escuela de sus hijos. En 1991 la revista “Time” publicó una encuesta que revelaba precisamente esa tendencia: ocho de cada 10 personas se sentían incómodas entregando datos para el registro electoral, vehicular o civil, y sólo dos de cada 10 desconfiaban de los datos entregados a las empresas.
Eso tenía sentido hace 20 años, cuando todavía se escuchaba el eco de la novela de Orwell sobre el televisor vigilante, “El Gran Hermano”. Estaba fresca la idea del “Panóptico”, que impedía toda opacidad en los espacios privados para controlar la vida de los ciudadanos sujetos al poder en turno. Ahora hay algo que los pensadores llaman “superpanóptico”, que ya no habla de casas de cristal, sino de datos en el ciberespacio que son utilizados básicamente por la iniciativa privada para vender, convencer o extorsionar.
No se trata sólo de los datos del IFE (con nombre y dirección). Se trata de los datos de la tarjeta de crédito, de los estados de cuenta, de las redes de amigos y de las deudas. Una empresa de mercadotecnia puede comprar estos datos en portales de internet o directamente en Tepito (¡lleve su base de datos, baras, baras, dos por una!), como también lo puede hacer un criminal.
El asunto no es menor: no se trata tanto de un problema de seguridad (que sí, ahí está), como de poner sobre la mesa los miedos contemporáneos. Ya no nos conocemos y no queremos hacerlo. No sabemos quién vive en el departamento de abajo, en la casa de al lado, y nos da terror que alguien tenga una lista con nuestro nombre, nuestro correo electrónico, nuestra dirección.
Las murallas primero sólo rodeaban las ciudades para protegerlas del extranjero; después rodearon las casas para separarlas del vecino. Ahora resulta que hay que levantar muros que rodeen la identidad.
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