México
Los chicos ruidosos no leen
Dice la encuesta que 27 de cada 100 mexicanos leyó un libro en el último año, pero sólo cuatro leyeron cinco libros o más, mientras que 68 no leyeron ninguno
Confinada a las aulas y entregada a los maestros profesionales, la educación suele confundirse así con el tiempo que las personas pasan en las escuelas, mientras que todos los demás instrumentos a través de los cuales se transmiten y aprenden valores, identidades, habilidades, datos y métodos, pasan inadvertidos o no se conciben como parte de este proceso. Como si éste no sucediera sino a través de pizarrones y libros de texto.
Pero lo cierto es que nos educamos —o nos maleducamos— de forma más o menos constante y por todos los medios que empleamos para relacionarnos con los demás: desde la voz de nuestros vecinos hasta los softwares más sofisticados del mundo.
De aquí la alarma que enciende la Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales fechada en agosto de 2010, que realizó Conaculta.
Dice la encuesta que 27 de cada 100 mexicanos leyó un libro en el último año, pero sólo cuatro leyeron cinco libros o más, mientras que 68 no leyeron ninguno. Y como podría esperarse de ese dato definitivo, la gran mayoría no convive con libros en casa: 24 no tiene ninguno a la vista, mientras que 54 tiene apenas entre uno y 20 volúmenes —que probablemente incluyen los escolares. Las bibliotecas caseras con más de 150 ejemplares son un lujo que posee solamente 2% de la población total del país.
En cambio, 97 de cada 100 tiene una televisión en su casa, y cerca de 90% le dedica a ese aparato por lo menos una hora diaria.
Nada compite con esas cifras abrumadoras. Ni siquiera el internet alcanza (todavía) para amenazar la hegemonía de la televisión.
Estos datos no alcanzan para ensayar una antropología social de los mexicanos. Pero sí nos dicen que cada vez nos parecemos más a nosotros mismos: una sociedad ruidosa que no lee; que buscando escapar de la soledad, la pobreza y el miedo, se encierra a ver la televisión, y que se educa a sí misma mirándose todo el día en el espejo. Y como los números mandan en la creación de los contenidos, de sobra está pedir que se mejore la calidad de los programas o que las empresas hagan conciencia de su papel axial en la educación colectiva. Si de veras somos lo mismo que vemos, que nadie se engañe: primero muertos que apagados.
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