México

Los activos prestados de la nación

Tren Parlamentario por Vicente BELLO

Una representación de 800 artesanos indígenas y comerciantes de Chichén Itzá (Yucatán) llegó ayer a San Lázaro, a denunciar que esta zona arqueológica también tiene dueño y se llama Hans Surgen Thies Barbachano.

En voz de Silvia Cime, han dicho aquéllos en la Cámara de Diputados, que aquel digno descendiente de la raza aria pretende seguir un camino similar al que en Teotihuacan —cuyos ecos de los más de ocho mil agujeros taladrados en la roca milenaria aún no se apagan— permitió abrir el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) por pedido expreso de Enrique Peña Nieto, el precandidato presidencial del PRI que ahora cobra como gobernador mexiquense.

La mujer, oriunda de Yucatán, ha venido a decir a los diputados de la Comisión de Cultura que hagan causa común con ellos pidiendo al Presidente Felipe Calderón que recupere —para sumarlos realmente a los activos de la República, por la vía de la expropiación— las 746 hectáreas en que está asentado el otrora Señorío de Chichén Itzá, hoy en poder de Hans Surgen Thies Barbachano.

Resulta que Thies Barbachano —acusó la representante de los 800 aquéllos— ordenó el pasado día 16 a su guardia personal de seguridad dar el portazo a los artesanos y comerciantes que generacionalmente han estado allí desde el año 1920 —insistía la artesana—; antes, incluso, de que los Barbachano comenzaran a hacerse del fenomenal latifundio.
Acusó a Hans Surgen: “Ordenó, sin explicación alguna, cerrar la reja conocida como ‘número uno’, ubicada en la entrada poniente que conduce a la zona, impidiendo al mismo tiempo nuestro acceso al interior de la misma, por lo que nos vimos obligados a buscar una explicación ante las autoridades de la zona (el INAH), sin respuesta alguna”.

Todo comenzó la madrugada del 22 de diciembre reciente, según escriben en un documento que dejaron a los diputados. Por instrucción de Hans, fueron instaladas tres tiendas portátiles de souvenirs. El 12 de este mes, el dueño de Chichén Itzá ordenó la instalación de cables de energía eléctrica para sus dos tiendas de palapas. Y, a decir de Silvia Cime, “también pretende instalar una taquilla entre el área del Cenote Sagrado y la aeropista, para cobrar el acceso a la zona arqueológica”.

Incluso, los denunciantes afirman que el propietario de Chichén Itzá ha hecho desembocar —en un sumidero muy pequeño cuyos mantos freáticos no son otros que el mismo Cenote Sagrado— las aguas negras que arroja la tienda conocida como “Palapa Cenote Sagrado”.

¿Y, qué ha sucedido con el INAH? La delegación del Instituto en esa zona arqueológica de plano ha sacado la cara por Hans Surgen Thies, han acusado Villebaldo Pech Moo y Rafael Gamboa. “Ya no podemos seguir callando”, decía Pech Moo. “Las autoridades del INAH protegen intereses oscuros de este señor. Vemos con tristeza que existe complacencia por la pasividad con la que actúa el INAH, quien tiene la facultad legal para regular este tipo de situaciones, pero no hace nada”.

Inclusive —acusaron—, el INAH ha soslayado el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el que se establece el mandato para los países que lo suscriben que en zonas que son Patrimonio Cultural de la Humanidad, tengan reconocido los pueblos y comunidades su derecho al trabajo, incluso relacionado éste con la zona.
Pues nada, según quienes han venido a San Lázaro a denunciar. El joven Hans Thies, al ordenar el cierre de la puerta de marras, prácticamente se pasó por el arco del triunfo el paso de servidumbre, ese derecho cuasi natural al libre tránsito que el derecho positivo mexicano todavía considera. Claro, salvo la mejor opinión de la familia Barbachano.
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