México

Los Nobel también lloran

Nadie esperaba que Mario Vargas Llosa fuese a llorar, pero ya sabemos qué puede suceder cuando las emociones agazapadas nos asaltan

El martes 7 de diciembre, en una cena previa a la entrega del Nobel y al final de un discurso largo y sabroso, nadie esperaba que Mario Vargas Llosa fuese a llorar, pero ya sabemos qué puede suceder cuando las emociones agazapadas nos asaltan cuando menos lo esperamos, sobre todo cuando tenemos algo de culpa o mezclamos lo íntimo con lo profesional, como le sucedió a este hombre con el que comparto tantas cosas.

Comparto sus ideas y le agradezco de su oficio el haber podido galopar desde hace tiempo, montado sobre la literatura, primero con La orgía perpetua y, hace poco, con sus comentarios sobre El año del pensamiento mágico, una obra con Vanesa Redgrave y la importancia del buen teatro.

Casi al final fue vencido por la emoción, cuando se refirió al amor que le tiene a Patricia, su prima y mujer desde hace tiempo, y cómo es que ha convertido sus regaños en elogios: cuando ella le dice que es un inútil y que, para lo único que sirve es para escribir, él se lo agradece.

De pronto se le hace un nudo en la garganta y llora “interrumpiéndose a sí mismo con la voz quebrada por la emoción” y por el amor —o la culpa de ese amor, podríamos pensar— con su prima Patricia que, gracias a ella, ha mantenido su oficio y ha logrado tener éxito, disfrutando de su libertad, caminando por el mundo y dándole de vueltas hasta llegar este viernes a Estocolmo para recibir el Nobel de Literatura.

“Perú es Patricia, una prima de naricita respingada y de carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años”, dijo en el discurso que tituló “Elogio de la lectura y la ficción”, en donde recuerda cuando “la lectura convertía en sueño la vida y la vida en sueño” y por eso se arrastraba por París hecho un Jean Valjean, así como sus ideas sobre la política, sobre los nacionalismos y los fanatismos, su decepción frente a la Revolución Cubana y otros sucesos del siglo XX y que son esas otras ideas que comparto desde hace tiempo.

Se vale —digo—, aunque no es deseable mezclar lo íntimo —y más si está lleno de culpa— con lo profesional, lleno de éxito, excepto que haya querido mostrarnos otra cara, ésa que algunos tenemos y que la gente cree que es una debilidad, cuando más bien se trata de la fortaleza misma para poder expresar y compartir las emociones en público.

Recompuesto, terminó su discurso tratando de convencer que “la ficción nos aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico y es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo”, o la manera de cultivar ese jardín interior más bello del mundo.
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