México
Lo peor está por llegar
Por: ROSSANA FUENTES BERAIN
A cuidar nuestro trabajo todos.
¿Cómo? Haciéndonos útiles, aconsejaba Peter Drucker, porque en un entorno en el que los empleadores van a tomar decisiones entre “Guatemala y guatepeor”, como individuos no nos queda más que tratar de colocarnos en el lado del golpe del hacha que dejará algo de carne para cuando, idealmente en 2011, se avizoren tiempos mejores.
El consenso entre los economistas es que la economía mexicana este año caerá en más de 6%, hasta las autoridades hacendarias lo han reconocido ya.
Menor crecimiento, dependencia continuada de los volátiles ingresos externos por concepto de exportaciones de petróleo e importaciones de remesas, sumadas a una crónica baja recaudación y un desordenado gasto público en rubros no productivos de pago de salarios y prestaciones, arroja un resultado explosivo aún sin crisis. Con ella, no podemos más que reconocer: lo peor está por llegar.
Sabemos que la economía del país depende en un poco más de la mitad —53%— del consumo de los particulares, y en mayo el índice de confianza del consumidor volvió a caer: de 82.1 en abril a 78.3 puntos, con lo que marcó un nuevo nivel mínimo histórico luego de dos meses consecutivos con una ligera recuperación anual. Era de esperarse, cuando el mayor temor es perder el empleo, o que alguien de nuestros seres queridos lo pierda.
Lejos quedaron los tiempos del optimismo para las clases medias, de aquella certeza de que una vez alcanzado cierto nivel de ingresos sólo podíamos seguir comprando a crédito, la mayor parte de las veces, la tele más grande, el segundo coche, vamos ¡hasta la segunda casa!
En los próximos dos años vamos a ver otro tipo de consumismo: con su mismo coche, con su mismo teléfono, con su misma ropa…
Chistes aparte, la frugalidad será más que una virtud, una necesidad.
Pasar de registrar a planear gastos en un presupuesto personal es indispensable, cuando vemos que a la incertidumbre laboral se suma la certeza de que los fondos de pensiones públicos no nos van a alcanzar a los que nacimos en las décadas de los 50 y los sesenta.
El sueño del retiro dorado, del tiempo para uno, del escape de la rutina se alejará más en la medida que no logremos planificar nuestros ingresos y egresos para la próxima década.
Insinúo acaso que esta depresión económica puede durar eso: ¿diez años?
Espero que no, pero si tomamos en consideración que en la más parecida, que no es la de 1994 sino la de 1982, México se tardó entonces siete años en recuperarse. Esta vez la atonía nacional por si fuera poco se combina con la internacional, por lo cual no es descartable prever un período prolongado de sufrimiento.
Y es que en la sopa de letras de los economistas se debate si después del año 2011 las gráficas que registran el acontecer económico de Estados Unidos y México, dos economías vinculadas estrechamente, se pintarán como una “L” o una “U”.
La primera significa una recuperación que detenga la caída pero se mantenga plana y abajo, como la letra “ele”, o si por el contrario, como todos deseamos, se le de la vuelta en “U” al problema y salgamos adelante.
El tema es que hoy por hoy en junio de 2009 estamos en la caída. Regresamos ya a niveles de ingreso per cápita semejantes a los de hace cuatro años y, entre devaluación y recesión, nos alejamos de la codiciada cifra de 10 mil dólares por cabeza promedio. México volvió a hacerse más pobre.
Estar mejor preparados individual, empresarial y nacionalmente para afrontar la crisis económica debe ser un motivo de orgullo, pero no de complacencia.
Si, como se teme, este episodio será largo, no nos queda más que prepararnos en consecuencia con seriedad y cambios estructurales para la supervivencia. Así de serio, de grave, lo estoy viendo.
ROSSANA FUENTES BERAIN / Profesora e investigadora de la Universidad de Guadalajara.
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