México

La venezolización de México

En el México de 2010, Chávez somos todos. Es decir, es colectiva la autoría de las prácticas que antes que fortalecer socavan nuestra democracia

En 2003, Hugo Chávez ya era criticado en su país y en el extranjero por su tropical manera de vulnerar las reglas democráticas. El mandatario visitó entonces la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La prensa acreditada ante Naciones Unidas le esperaba de uñas. La metralla de preguntas duró más de dos horas. El venezolano salió más que bien librado de los cuestionamientos de los periodistas. Parte de la oposición antichavista también viajó a Nueva York. Y la misma prensa que había interrogado al presidente atestiguó apenas unos minutos más tarde el carnaval —porque aquello no fue una rueda de prensa— que brindaron los opositores en una elegante sala de la Sociedad de las Américas, en la avenida Park.

Confundidos de adversario, los venezolanos riñeron entre ellos en vez de exhibir sus argumentos contra el ex militar. No eran opositores del tamaño de Chávez.

En el México de 2010, Chávez somos todos. Es decir, es colectiva la autoría de las prácticas que antes que fortalecer socavan nuestra democracia. Y los opositores son prácticamente inexistentes, voces aisladas cuya expresión apuntala nuestra fachada democrática.

Son expresiones que no mueven, a pesar de que a menudo tienen el diagnóstico adecuado, los datos, los argumentos, la razón. Esas voces no encuentran eco duradero porque no existen en México los colectivos opositores que desde fuera del sistema nos hagan ver que aunque en apariencia esté abierto, nuestro novísimo modelo se diseñó por y para el disfrute de los que entraron de tiempo atrás, club exclusivo de esos que hoy no permitirán que ningún nuevo grupo quiera replantear las reglas.

Como todos nuestros políticos se creyeron aquello de que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error, refinaron el modo priista de cooptar y hoy son muy pocas las voces de estatura que no tienen acuerdos con el sistema para vivir del mismo. ¿Por qué un miembro de ese “jet set politik” querría cambiar lo que le permite ser a sus anchas de la elite? ¿Por qué desmontar un sistema que ora como gobernante, ora como opositor, ora como crítico da prácticamente los mismos privilegios a todos sus miembros?

Por si fuera poco, esta clase política ha concebido un modelo estéril: ni genera más ciudadanía, ni más cultura, ni más educación, ni más infraestructura, ni más seguridad ni, por supuesto, más riqueza. El invento sólo les dio para administrar con destreza la mediocridad.

Y ahí vamos, mamando petróleo para hacernos la ilusión de que tenemos economía. Como Chávez. Y sin opositores.
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