México

La marcha más allá de García Luna

Sé que expresan el deseo de todos cuando piden: no queremos un muerto más

La sentencia de algunos ya cayó y es como siempre, inapelable: la marcha por la paz fue una marcha contra el Gobierno de parte de los mismos sediciosos y violentos de siempre. Y el mensaje —dicen— se limitó como en cualquier marcha partidista en pedir la cabeza de un adversario político.

No fue así. Se agarran de un error cometido por alguien que no es un especialista ni un profesional de la representación política para quedarse cómodamente instalados en sus trincheras, aliviados porque todo sigue igual: el dolor no garantiza la superioridad moral y nadie ha logrado vencer la polarización que nos divide desde hace años.

Yo oí otra cosa. Entiendo a Javier Sicilia y a los que marcharon cuando dicen: “Si hemos caminado y hemos llegado así, en silencio, es porque nuestro dolor es tan grande y tan profundo, y el horror del que proviene tan inmenso, que ya no tienen palabras con qué decirse”.

Sé que expresan el deseo de todos cuando piden: no queremos un muerto más.

Tienen razón en señalar que miles han sido asesinados “con un desprecio y vileza que pertenecen a mundos que no son ni serán nunca los nuestros, y que hay que demostrarles a los señores de la muerte que estamos de pie y que no cejaremos de defender la vida de todos los hijos y las hijas de este país”.

Me parece esperanzador que los que marcharon y que han padecido dolorosas pérdidas puedan decir que vinieron para “decirse y decirnos que este dolor del alma en los cuerpos no lo convertirán en odio ni en más violencia”.

No se equivocan cuando señalan a los culpables y dicen que hay que hacer algo para no heredarle a nuestros hijos “una casa llena de desamparo, temor, indolencia, cinismo, brutalidad y engaño, donde reinan los señores de la murte, de la ambición, del poder desmedido y de la complacencia y la complicidad con el crimen”.

Comparto sus referencias: sí, Salvador Nava, Heberto Castillo y Manuel Clouthier merecen los tres ser considerados como ejemplos de hombres que contribuyeron a construir un país más justo y democrático.

Coincido cuando señalan la prohibición y la criminalización del consumo de drogas como parte de ese terreno fértil que explica lo que vivimos: “La droga es un problema de sociología urbana y de salud pública, y no un asunto criminal que debe enfrentarse con la violencia”.

Coincido en que estamos frente “a un desafío más que complejo. Y que no podemos seguir simplificándolo y menos permitir que esto ahonde más (nuestras) divisiones internas”.

Coincido cuando nos responsabilizan a todos: “¿Dónde estaban los partidos, los alcaldes, los gobernadores, las autoridades federales, el Ejército, la Armada, las iglesias, los congresos, los empresarios; dónde estábamos todos cuando los caminos y carreteras que llevan a Tamaulipas se convirtieron en trampas mortales para hombres y mujeres indefensos?”

Coincido en que es “urgente que los ciudadanos, los gobiernos de los tres órdenes, los partidos políticos… (todos)… hagamos un pacto... y… asumamos nuestras diversas responsabilidades”.

Y justamente por todas estas coincidencias es que considero que esa marcha no podía terminar pidiendo la renuncia de Genaro García Luna ni de nadie, porque su objetivo fue y es mucho más ambicioso y pretende trascender las diferencias que nos tienen derrotados.
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