México

Junio, mes del futbol

Frase fácil: a partir de mañana el mundo se mete en una pelota. Fácil, pero cierta

Frase fácil: a partir de mañana el mundo se mete en una pelota. Fácil, pero cierta. Todo junio será el mes del futbol. El Mundial es un fenómeno del que nadie escapa. Se sumergen en él los aficionados de hueso colorado, los que recuerdan cada gol, cada castigo, cada resultado final, lugares y fechas, colores del uniforme y capacidad del estadio. Pero se contagian también los indiferentes, los que gritan su desinterés y protestan por el alboroto, y hasta quienes desde las alturas de su pedantería voltean a ver por encima del hombro la repentina algarabía incomprensible.

No soy fanático del futbol. No sé de estadísticas, mucho menos de reglamentos ni propósitos del que pita el silbato. No sé cuándo es faul ni cuándo tiene que dispararse un penalti. Lo olvidé. Más allá de que son 11 en cada equipo, el resto es un misterio. He vigilado al señor de negro para entender cuando detiene y echa a andar su cronógrafo para decidir cuántos minutos agrega a los 45 (esto sí lo sé) reglamentarios.

Pero llevo dentro de mí, como una fiesta, el recuerdo del futbol sin reglas que jugamos casi desde el día en que aprendí a caminar.

El balón de trapos amarrados con mecate, substituido por el que un amigo recibió de sus Santos Reyes. El partido en el patio de la vecindad, entre palos de tendedero que servían de marcos. El encuentro en la calle con los de la palomilla de las Vizcaínas, buenos para las patadas y los moquetes. Y las mañanas en que todos queríamos ser Isidro Lángara sobre el patio de tierra de la Escuela Primaria República del Perú, con libros y cuadernos marcando la portería. Fue mi primer juego colectivo y vive conmigo desde entonces.

El futbol está en nosotros, queramos o no. Conocimos el estadio Asturias. Estuvimos en la inauguración del Estadio Azteca, el mejor en su época, y del Olímpico de Ciudad Universitaria, construido como cráter en la piedra volcánica y enriquecido con la plástica de Diego Rivera. En el desorden de mis recuerdos destacan la Selección Vasca que dejó a muchos de sus jugadores en México, el centro delantero del España que envolvía bolillos en la Panadería de Correo Mayor y haber conocido a Horacio Casarín.

Llega junio y otra atmósfera envuelve a la del planeta, creando una distorsión de la realidad real para llegar a otra que parece ficticia pero que durante un mes es tan real o más que la cotidiana, la normal, la acostumbrada. Durante junio estamos encerrados en una burbuja a veces nostálgica, evidentemente mercantil, esencialmente deportiva, siempre comparable a las guerras de las que el futbol hereda sus verbos: atacar, vencer, derrotar.

Al empezar el mes de la gran competencia no la veo como un acontecimiento ajeno o distante. De alguna manera me involucra. Me ata a la memoria de los hechos más gratos de mi vida. Cada quien disfruta el Mundial a su manera. Yo como nadie.
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