México

Jugador de los Avispones relata ataque del 26 de septiembre

A tres meses de lo ocurrido y tras asistencia de psicólogos, uno de los heridos en los hechos violentos de Iguala habla sobre lo vivido

CHILPANCINGO, GUERRERO (26/DIC/2014).- A tres meses de lo ocurrido el 26 de septiembre, Miguel, un joven de 17 años y defensa de los Avispones de Chilpancingo, quien resultó herido durante los hechos violentos de Iguala a finales de septiembre pasado, donde fueron desaparecidos 43 estudiantes normalistas, relata el momento del ataque:

“Yo iba sentado en la parte de en medio del lado derecho. Iba con un compañero. Veníamos viendo la película ‘Los ilusionistas’, estábamos cansados después del triunfo en el partido de fut en Iguala. Íbamos en la carretera cuando de pronto, sin ningún aviso, el camión comenzó a salirse y caer sobre el acotamiento. Empecé a escuchar ruidos, no sabía que eran balazos, miré hacia todas partes, sentí un golpe en la mano, miré mi mano, estaba sangrando. Volteé a ver a mi compañero, estaba en shock, lo jalé de su playera hacia el piso y los dos nos tiramos sobre el pasillo. Los vidrios comenzaron a estrellarse, escuchaba ráfagas y veía su luz; los profesores y el equipo técnico gritaban que éramos estudiantes, los de afuera, los que nos disparaban gritaban que abriéramos la puerta del autobús mientras seguían tirando".

“Yo gritaba: ‘¡ya me dieron!’; escuchaba voces adentro del autobús que decían: ‘no te levantes’. Obedecí; ya en el suelo continuaba recibiendo balazos. Nos gritaban: ‘¡abran la puerta, los vamos a matar!’. Había gritos por todas partes de las 30 personas que íbamos en el camión. Gritos de auxilio, de muerte, de terror. Los profesores, los compañeros insistían en explicar que éramos estudiantes. De pronto los disparos se detuvieron".

“Vi que las ventanas del autobús estaban rotas, y que los compañeros por ahí brincaban, saltaban. Yo hice lo mismo. Revisé mi cuerpo, tenía balazos por todas partes, pero podía caminar. Sentía mucho dolor en mis piernas. Salté del autobús y brinqué una cerca de alambre. Corrí. Algunos corrimos hacia la misma parte, hacia los cerros, para escondernos”.

Los compañeros de Miguel, los que no estaban heridos, comenzaron a atenderlo, a hacerle torniquetes para que la sangre se detuviera. “El doctor del equipo me gritaba que no me durmiera. Yo sentía que me desmayaba. Llamaron a las ambulancias. No llegaban. Estuvimos esperando como una hora y no llegaban. En cuanto pude llamé a mis padres. No contestaban. Llamé a mi abuelo. Le expliqué que estaba herido con balas en el cuerpo. Le pedí que le llamara a las ambulancias, a la policía. Le indique a qué altura de la carretera estábamos. Colgué con el abuelo. Llamé a mis padres. Finalmente contestaron, llegaron por mí. Recuerdo a mi padre cargándome hacia la camioneta, recuerdo a mi madre gritando desesperada tratando de entender lo que había ocurrido, mamá hacía preguntas. En medio de todo recibí la llamada de una tía que intentaba calmarme. Presté mi celular para que mis demás compañeros hablaran a sus casas. Mis padres llegaron antes que las ambulancias. Y ya no recuerdo nada más...”, narra Miguel, quien nunca pensó vivir una situación así en lo personal, “y aún menos como deportistas, viajando con nuestro equipo de futbol. Tenía idea de cómo está la situación de violencia en nuestro país, pero nunca pensé que nos atacaran a jóvenes que estamos haciendo deporte, que no hacemos nada malo”.

Miguel iba en el asiento de atrás de la camioneta de sus padres, con cinco balazos en el cuerpo: dos en el abdomen, uno en una pierna, otro en el brazo, otro en la pantorrilla izquierda, y se estaba desangrando, sobre todo por el impacto en el muslo derecho que le había perforado una vena. Su uniforme azul del equipo de futbol Avispones de Chilpancingo comenzaba a teñirse de sangre mientras su padre corría a toda velocidad por la carretera federal Iguala-Chilpancingo hacia el primer hospital que pudiera encontrar en Iguala.

En el trayecto los detuvo un retén, los federales de camino le marcaron alto a la camioneta para revisión, los padres de Miguel no obedecieron, “mi esposo explicó que traíamos a nuestro hijo herido de muerte, ellos insistieron en que nos detuviéramos, mi marido puso el pie en el acelerador, brincó el retén y continuó lo más rápido posible por la carretera... si ahí nos hubieran balaceado qué más daba, ya no teníamos nada que perder, traíamos a nuestro hijo desangrándose”, narra Patricia Ney.

Mientras avanzaban llamaron al 065 para pedir ayuda. Explicaron por teléfono lo que ocurría. Dieron las placas de su auto, especificaron el modelo de la camioneta y el color. Una patrulla los alcanzó sobre la carretera y les abrió camino hacia el primer hospital en el camino.

Servicio negado

Llegaron al primer nosocomio, las puertas estaban cerradas, al padre de Miguel le indicaron que no había servicio. La patrulla los condujo hacia un segundo hospital en Iguala, tampoco fueron atendidos. Negado el servicio, continuaron hacia un tercer hospital, el padre bajó del auto, gritó, suplicó que atendieran a su hijo, pero tampoco accedieron. Le cerraban las puertas en cuanto explicaba que Miguel traía heridas de bala.

Llegaron a la Clínica Reforma. Patricia se bajó del automóvil, recargó la cabeza de su hijo en el asiento. “No dejes que se duerma”, indicó a su esposo, y salió del auto por primera vez, ya en un acto desesperado. “Tranquila, mamá, que estoy bien”, fue lo que alcanzó a escuchar mientras se iba alejando de Miguel.

El lugar estaba cerrado con candados en la puerta, a pesar de que era una clínica de 24 horas. “Toqué a la puerta hasta casi tirarla a patadas y puñetazos. Mi grito era desesperado. Salió una doctora, le expliqué la situación, supliqué, ella finalmente abrió la puerta y Miguel ingresó cargado por su padre directo al quirófano. Lo primero fue detener la hemorragia; nosotros tuvimos que permanecer afuera, sin poder hacer ya nada más por él. La impotencia era total. Estar a punto de perder a tu hijo es lo peor que te puede pasar”, dice Patricia.

Los padres telefonearon a médicos conocidos en Chilpancingo. Estos se desplazaron hacia el quirófano de Iguala; Miguel fue operado, salió de la emergencia, para ser trasladado dos días después a Chilpancingo. “Lo que queríamos era dejar Iguala, salir cuanto antes de ahí. No sabíamos qué estaba pasando y ante la incertidumbre y el terror por lo ocurrido queríamos llevarlo a casa de regreso”.

Miguel permaneció 15 días más en un hospital de Chilpancingo hasta que fue dado de alta. Con el paso de los días fue recordando lo ocurrido la noche del 26 de septiembre.

 Al principio no podía hablar de lo que pasó. Tuvo que transcurrir un tiempo con la asistencia de sicólogos del Programa de Atención a Víctimas de la Secretaría de Gobernación para que Miguel saliera del impacto por lo vivido.

Sus padres, junto con un hermano y él, asisten una vez a la semana a este programa. “Nos están ayudando a hablar poco a poco lo ocurrido. Al principio no podíamos, ni siquiera entre nosotros”.
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