México
Ideas de Dios
Ese Dios en el que creo, así como abraza, exige una fraternidad no sólo con los humanos, sino con todo lo creado
No es necesario ser creyente para vivir una espiritualidad. Una espiritualidad laica, respetuosa de las libertades de creer o no creer, se fundará en la igualdad, los derechos humanos, y comulgará con las mejores expresiones de quienes, desde las religiones, han apostado por el ecumenismo, la tolerancia, la paz.
Si alguien hubiera educado como mis papás me educaron —y como luego le seguí, agregando y desechando— en esta idea de Dios, a quienes agredieron una fiesta de jóvenes en Ciudad Juárez, un camión donde varias mujeres iban allí mismo a su trabajo, un centro de rehabilitación para adictos en Tijuana, un autobaño en Tepic, o a nueve policías en Jilotlán, o lanzaron granadas en Zapopan, esos que se atrevieron a matar, no lo habrían hecho. No hubieran tenido cara con qué mirar a sus hijos, a su espejo, a su perro. (Y de todos modos me pregunto ¿y si los educaron así, qué pasó? ¿Basta educar? ¿Y luego?)
La violencia descarnada en México nos lleva a indagar qué faltó en las vidas de quienes la ejercen, y a hacernos cargo de cómo ésta se edifica, mucho antes de que comience a ser disparada la primera bala, en los ámbitos domésticos, laborales, docentes, jurídicos (impunidades), culturales, urbanos (malos servicios, autorización de edificaciones fraudulentas, fraccionamientos inhumanos, imposibilidad de gozar el espacio público). Detrás de quienes hoy disparan, eslabones visibles de la cadena delictiva, hay años de adoración a los nuevos becerros de oro: el consumismo, el poder, el dominio sobre otros, otras. Y siglos de exclusiones, autoritarismo, desigualdades.
Ese Dios en el que creo, así como abraza, exige una fraternidad no sólo con los humanos, sino con todo lo creado. Es un Dios de mucho trajinar. Insiste en soplarme al oído que existen los otros, que no son como yo, y por eso me ayudan a completarme. Es un Dios al lado de las víctimas. Pero las ideas de Dios no se deben imponer. Si creemos que algo es bueno, demos testimonio de ello. Y es que, en la vida pública, también hay que trajinar para cuidar las libertades que hemos ganado, pensemos como pensemos en las cosas de Dios.
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