México
Estrictamente personal
Textos, crimen y videotape
Las buenas conciencias se partieron por la mitad. Wikileaks es algo así como el enemigo público no militar número uno del gobierno de Barack Obama, por levantarle todo el tiempo las enaguas y exhibirlo como un presidente pragmático disfrazado de idealista, y para el cual el Pentágono creó un cuarto de control de daños con 120 personas para minimizar los daños. También, Wikileaks regresó esta semana al centro del debate si lo que hace es bueno, malo, o todo lo contrario.
Wikileaks ha sido denunciada por la prensa estadounidense y británica, sobretodo, de perseguir la transparencia máxima que son valores ausentes en la organización que fundó Julian Assange, un casi paria que vive de manera clandestina, perseguido en Suecia por evasión fiscal y hostigar sexualmente a dos chicas, y acusado de autoritario por ex colaboradores. En una de las paradojas de este episodio en construcción, fueron los medios de esos países a los que recurrió Assange para entregarles los materiales y que ellos fueran quienes les dieran sentido, dirección, explicación y dimensión, para que el mundo entendiera su relevancia.
La discusión dual, la importancia de las revelaciones versus la manera en que se maneja Wikileaks sin ninguna rendición de cuentas a nadie, introduce una discusión ética en los medios en el mundo, que de manera empírica y pese a los ataques de la prensa internacional, se está resolviendo a través del principio utilitario de John Stuart Mill: el bien mayor para el mayor número de personas. Wikileaks se ha venido saliendo con la suya y, dentro de ese gran marco ético de referencia, ha hecho un importante servicio al mundo con los secretos expuestos. Su ejemplo, sin embargo, es pernicioso en sistemas débiles donde cohabitan gobiernos y medios de comunicación escuálidos institucionalmente y enanos, moralmente.
En México por ejemplo, donde Wikileaks, una ONG que se disfraza de periodismo ciudadano donde no hay mayor balance y autocontrol que de Assange, es emulada en la práctica por la delincuencia organizada. En los últimos días aparecieron dos videos en YouTube, donde Mario González, hermano de la ex procuradora de Chihuahua, Patricia González, quien fue había secuestrado el jueves de la semana pasada, dijo que tanto él como su hermana estaban al servicio de “La Línea”, la pandilla al servicio del Cártel de Juárez.
La ex procuradora desmintió de inmediato las afirmaciones en el video, grabado en condiciones extraordinarias por cuanto a estado de ánimo, inhibición y presión, y aseguró, con igual ligereza con la que se difundieron como ciertas las “revelaciones” de su hermano, que había sido hecho en las instalaciones de la misma procuraduría estatal que alguna vez encabezó por el Cártel de Sinaloa. Los medios mexicanos no repararon en contradicciones y especulaciones. Tomaron lo dicho en YouTube como ciertas e incluso a titularon que los narcotraficantes le hacían el trabajo a la PGR.
A diferencia de Wikileaks, donde el cuestionamiento es sobre sus motivaciones y financiamientos, que pueden o no perseguir fines políticos pero que los ubica sin duda del lado contrario de la tortura y los crímenes impunes, en el caso mexicano las videograbaciones revelan una confusión de los medios por cuanto a sus valores – uno de los más grandes lastres en la guerra contra el narcotráfico-, que ha contribuido enormemente a que exista una sociedad donde éstos se entremezclan, cruzando la línea divisoria entre lo que es el bien –la legalidad, tomada como frontera-, y el mal.
Wikileaks ha cometido excesos, como el haber difundido nombres de activos y agentes en Afganistán que hacen peligrar sus vidas, cuyo error corrigió. En México no hay esas fallas porque no hay criterios éticos en la forma como muchos medios han procesado la guerra contra el narcotráfico. Uno de los ejemplos más claros es que mientras en el mundo los medios tienen códigos no escritos para evitar difundir cuerpos de víctimas de daños colaterales, en México hay quienes se regocijan con ellos; mientras fuera se procura evitar las imágenes de fuerzas de seguridad muertas en combate, aquí abundan más las imágenes de militares y policías muertos, que de criminales.
En el mundo, donde las sociedades reflejan los fenómenos a través de series de televisión o películas, los malos nunca salen victoriosos; en México, los buenos no siempre ganan y en algunos casos, como la celebrada película “El Infierno”, quienes ganan son los malos. En México se celebran los narcocorridos, y si hay intentos por impedir su difusión, se denuncia como acto de censura. Los formatos para difundir actos criminales se han convertido en generadores de expectativas, y se podría discutir seriamente si se cae o no en una apología del crimen.
El uso de grabaciones difundidas por los criminales y colocadas en YouTube es materia de uso periodístico acrítico, empleado precisamente para criticar al gobierno. Muchas deficiencias de diseño y operativas tiene el gobierno federal en la guerra contra el narcotráfico, pero habría que admitir que por más opuesto que se encuentre uno a su modelo, está atenido al marco de referencia de la legalidad. Si hay abusos, que existen, se les denuncia, y si hay encubrimientos también hay persecución mediática para impedir la impunidad. Pero hay desequilibrios. Del lado criminal hay exaltación y, por los recursos que emplean, hasta admiración.
Muy rezagados estamos en México en cuanto a criterios éticos básicos en los medios, lo que enturbia aún más el presente. Qué envidiables son las discusiones en el mundo sobre el deber ser de Wikileaks, y qué lamentables las nuestras, donde nos montamos en el ser del narcotráfico como nuestro eje rector ético, aunque más grave aún, por increíble que parezca, muchos ni cuenta se han dado.
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