México

Estrictamente personal

La muerte de Coronel

Lo más sorprendente del operativo quirúrgico donde murió la tarde del jueves Ignacio Coronel, cuyas redes de narcotráfico se extendían por tres continentes, es que fuera hasta ahora. Para nadie era un secreto en Guadalajara que Coronel vivía en el fraccionamiento Colinas de San Javier, a donde se había mudado de otro fraccionamiento, a dos kilómetros de ahí, llamado Puerta de Hierro, ambos en el municipio de Zapopan. Desde la capital de Jalisco, Coronel manejaba el imperio de las metanfetaminas en tres continentes, y tenía en su nómina a policías, generales en activo y cuando menos el hermano de un ex gobernador del Sur del país.

Coronel no podía ser arrestado en México porque no había denuncia en su contra. Por esa razón no se ocultaba, más que de sus enemigos, en Guadalajara y Durango, donde vivió previamente. En la capital de Jalisco, inclusive, su equipo de contrainteligencia reportaba informalmente a la Policía estatal sobre la llegada de narcotraficantes de cárteles adversarios, con lo cual contribuía a que Guadalajara no fuera un foco de violencia. Ahí estaban algunos de los laboratorios más importantes para la fabricación de metanfetaminas, después de haber cerrado sus mega laboratorios en Texas, Oklahoma y Kansas en 2003, a fin de mejorar el control sobre la venta al mayoreo, los precios y la calidad de su producto.

Para que cayera Coronel, tenía que cometer un delito in fraganti —muy difícil que lo hiciera por su sofisticación— o que lo mataran. Eso sucedió este jueves. Una operación focalizada sobre sus dos casas de seguridad en Colinas de San Javier con comandos del Ejército y la Fuerza Aérea, provocó un enfrentamiento de cuatro horas y en su huida, según la versión de la Secretaría de la Defensa, cayó en combate tras dar muerte a un soldado. La operación respondió a un pedimento de extradición de Estados Unidos, que veía en Coronel al capo mexicano que más deseaban tener tras las rejas y sujeto a juicio en su territorio.

Coronel tenía varios juicios abiertos en Estados Unidos. El 17 de diciembre de 2003, un Gran Jurado en la Corte del Distrito Occidental de Texas lo encontró culpable de delitos que no han sido revelados. El 19 de diciembre de 2003 un juez de Texas, actuando por petición de la DEA en El Paso, giró una orden de arresto en su contra, por el delito de conspiración para poseer drogas y para importar sustancias prohibidas. Y el 27 de octubre de 2004, la Corte Federal del Distrito Sur de Nueva York, lo acusó de conspirar para la importación de “decenas de miles de toneladas de kilos de cocaína”, que le habían generado ganancias de mil 500 millones de dólares.

Ignacio Coronel nació en Veracruz el primero de febrero de 1954, de acuerdo con un informe confidencial de la CIA que cita pasaportes expedidos por el Gobierno mexicano, pero solía decirse nacido en Canelas, Durango, y en Culiacán, Sinaloa, donde vivió su juventud. Según el expediente de la inteligencia estadounidense, tenia 17 alias, y existe la sospecha de que transacciones financieras descubiertas en Colombia, pertenecían a él bajo otro alias, Dagoberto Rodríguez Jiménez.

Su muerte es el golpe más importante del Gobierno de Felipe Calderón en sus 44 meses de lucha contra el narcotráfico. Quizás menos espectacular que el operativo de diciembre donde murió Arturo Beltrán Leyva, pero que se encuentra entre los más relevantes, por la extensión de sus negocios, en la categoría de Miguel Ángel Félix Gallardo, hace casi 30 años, el último barón del narcotráfico en México, y de la caída de Amado Carrillo, “El Señor de los Cielos” hace poco más de una década, y la detención de Humberto y Juan García Ábrego, jefes del cártel del Golfo, Osiel Cárdenas, su sucesor, y “El Chapo” Guzmán, que se escapó de la cárcel en 2001.

Ignacio Coronel había tejido a lo largo de los años una extensa red de protección. En su nómina figuran militares, entre ellos un general que tuvo bajo su mando a tropa y trabajó en la PGR, así como también policías federales y presuntos agentes de la inteligencia cubana en Quintana Roo, y el hermano de un ex gobernador de Yucatán. En la estructura directa de su organización se encontraban uno de los narcotraficantes legendarios, Héctor “El Güero” Palma, y Albino Quintero Meraz, quien fue el principal responsable de la plaza de Cancún durante la era de Carrillo. Las conexiones directas con los cárteles colombianos, que le vendían la cocaína al cártel de Sinaloa, las realizaban los colombianos Mauricio Harold Poveda y Jorge Eliecer Aspirilla, el guatemalteco Otto Herrera, responsable de las operaciones marítimas en América Central y el Caribe, y Vicente Zambada Niebla, hermano de “El Mayo”.

La caída de Coronel es un golpe al corazón del cártel de Sinaloa, a cuyo triunvirato pertenecía. Era entre sus líderes, Ismael “El Mayo” Zambada y Guzmán, el más educado (obtuvo su licenciatura en ingeniería) y se manejaba con un muy bajo perfil, aunque su silenciosa violencia era devastadora. A su cargo se encontraba toda la operación del Sur del Pacífico en materia de cocaína y metanfetamina, los dos productos que son los que le generan los monumentales excedentes de recursos a esa organización criminal, con la cual financian sus operaciones logísticas, de producción y sus ejércitos de sicarios.

Su inesperada muerte desarticula la jefatura del cártel de Sinaloa, y daña profundamente la ruta de la cocaína, que atraviesa por Gómez Palacio y Torreón, y termina en Ciudad Juárez. La pérdida es enorme para ese cártel, pero de enorme satisfacción, debía ser, para el Gobierno y para Estados Unidos sobretodo, que sin mancharse las manos han eliminado al principal exportador de metanfetaminas a ese país, que los venía devorando aceleradamente.
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