México

Encuerados y exhibidos

Así quedan los cuatro personajes involucrados en el lamentable episodio de “la cartita de la ignominia”

Así quedan los cuatro personajes involucrados en el lamentable episodio de “la cartita de la ignominia”, que mostró la real dimensión de nuestra clase gobernante y confirmó de paso que, parafraseando a “El Vasco” Aguirre, lo que nos tiene “amolados” en este país es que, sea en asuntos públicos, de empresa privada, de deporte, religión o cualquier otro ámbito, prevalecen siempre los intereses de unos cuantos, grupos o élites que, con tal de cuidar sus particulares ambiciones o ganancias, sacrifican y pasan por encima de la sociedad.

Ni siquiera es nuevo que nuestros políticos pacten y negocien, las más de las veces de manera oscura o poco clara, las más de las veces para usufructuar recursos públicos o permutar canonjías por votos electorales y del Congreso. Lo novedoso es la torpeza e ingenuidad mostrada por quienes, no conformes con armar y participar en las turbias negociaciones decidieron ponerlo por escrito y firmar su artero pacto.

¿A quién se le ocurrió tamaña idiotez? Las explicaciones pueden variar. Hay quienes dicen que Carlos Salinas se lo sugirió a su pupilo Enrique Peña Nieto, y que éste le pidió a Beatriz Paredes acompañarlo en la torpeza; otros sugieren que la idea fue del abogado Fernando Gómez Mont, acostumbrado a los contratos legales; lo cierto es que detrás de la ocurrencia está la desconfianza manifiesta de los priistas en el Gobierno de Felipe Calderón y en los calderonistas.

Entre dirigentes y gobernadores del Partido Revolucionario Institucional (PRI) es común oír la queja: “Estos ca... no tienen palabra, no cumplen los acuerdos”, refiriéndose a negociaciones que han hecho y que han sido incumplidas por la actual administración. Esos mismos priistas afirman, convencidos, que “sólo hay un panista con palabra: Diego Fernández de Cevallos”.

Es probable entonces que, cuando Calderón le ordenó a Gómez Mont que buscara a como diera lugar el voto de los priistas para aprobar su paquete económico, el titular de Gobernación se haya encontrado con la desconfianza de los priistas, particularmente con la de Peña Nieto que, junto con otros gobernadores, aceptó usar su fuerza en la Cámara de Diputados para aprobarle el incremento de impuestos a Calderón.

Y ahí surgió la condición: “Como no le creemos a Nava, que lo ponga por escrito y lo firme”. Pudo ser que a Peña se lo sugirieron, o que a él se le ocurrió, lo que no se entiende son dos cosas: la primera, qué hacía ahí Beatriz Paredes, una política que seguro había hecho en su larga trayectoria 100 acuerdos como ése, pero sin papelito ni firma de por medio, y quién decidió publicar ese documento y con qué fin: porque al filtrarlo y reconocerlo el más dañado no es Nava, que ya tenía al Partido Acción Nacional (PAN) incendiado y dividido por las alianzas, sino quién queda como un político inseguro, ingenuo y torpe, dispuesto a negociar al pueblo; y ése es el aspirante presidencial mejor posicionado.
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