México

El otro grito: la calle es nuestra

Lo bailado y lo gastado nadie nos lo quita. Sobre todo lo gastado, porque a la fiesta le gastamos en serio, y se le notó

Lo bailado y lo gastado nadie nos lo quita. Sobre todo lo gastado, porque a la fiesta le gastamos en serio, y se le notó.

Cuánto es mucho y cuánto es poco en estas ocasiones es un tema en el que nadie se pondrá de acuerdo, pero lo que sí podemos decir es que lo que se gastó, lució.

La decisión de concentrar todo el presupuesto en la Ciudad de México fue otro de los temas muy discutibles, pero aun para los que pensamos que fue un exceso de centralismo, hay que reconocer que si algo tuvo el desfile fue una capacidad de ver y reflejar todo el país pocas veces vista.

Fue literalmente un desfile nacional, de todas las regiones, todos los momentos y todas las culturas.

Es difícil que algunos de los muchos México que existen no se haya visto reflejado en la celebración, y eso es sin duda uno de los grandes logros de la producción.

Justamente por lo rico del desfile se extrañó la falta de preparación de los locutores tanto de Televisa como de TVAzteca.

Los conductores de las dos televisoras hicieron gala de una profunda ignorancia de la cultura nacional.

No distinguieron estéticas, culturas ni propuestas: confundieron huicholes con rarámuris; alebrijes con tastoanes; la estética de Guadalupe Posadas con la de José Clemente Orozco; bueno, hasta patinetas con bicicletas, lo cual raya en lo patético.

A pesar de tener un guión del desfile, no lo entendieron o simplemente les importó un pito.

El desfile, rebosante de simbolismo, fue narrado como si fuera el “disneyparade”. Pocas veces se extraña la cadena nacional, el día 15 de septiembre fue uno de ellos.

La mayoría de los mexicanos asistimos a la fiesta a través de la televisión y nos perdimos de mucho gracias a unos conductores más preocupados por verse bien que por hacer una buena narración.

Pero quien mejor definió el éxito de la Fiesta del Bicentenario fue Roco, el vocalista de La Maldita Vecindad, que al grito de “la calle es nuestra” puso a bailar al país y le puso sabor a la fiesta.

El gran éxito de las fiestas fue que la gente salió a la calle a la conquista del espacio público. No fue sólo el medio millón de personas que se aglomeraron entre Reforma y el Zócalo en la Ciudad de México, fue sobre todo la Macro Plaza de Monterrey llena; la Plaza de Armas de Guadalajara llena; las delegaciones de la Ciudad de México cada una con su fiesta, hasta el tope; el grito en todos los municipios del país, salvo muy pocas y preocupantes excepciones.

En un momento de inseguridad y temor como el que vivimos, haber tomado la calle para celebrar fue el gran triunfo del Bicentenario. El grito formal fue el de Felipe Calderón. El importante fue el de Roco: la calle es nuestra.
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