México

El otro, el mismo o vidas paralelas

La violencia convive con la cotidianidad. No es que uno quiera darle la espalda a los problemas, es que simplemente esa realidad de sangre de lágrimas

Los países en situaciones de violencia extrema, como México en esta coyuntura de su historia, presencian vidas paralelas: unos entierran a sus muertos, esta vez 10 muchachitos en el Estado de Durango, otros se van de vacaciones.

Así es. Así ha sido siempre. La violencia convive con la cotidianidad. No es que uno quiera darle la espalda a los problemas, es que simplemente esa realidad de sangre de lágrimas, se manifiesta de manera distinta de acuerdo al espacio que ocupa cada quien en la sociedad.

En el frente del dolor están las víctimas y sus deudos, los soldados y los policías y los maleantes, y del otro lado la sociedad inerme que si acaso tiene la desgracia de estar en el lugar incorrecto a la hora incorrecta puede caer víctima de un fenómeno, al cual sólo la liga la geografía y por infortunio, el destino.

Unos escogen la violencia como forma de vida, otros el combatirla, el resto estamos aquí deseando no cruzarnos nosotros, o que no se crucen nuestros seres queridos, con la irracionalidad de la violencia.

El feriado por Semana Santa, sea uno religioso o no, se presenta ineludiblemente como una oportunidad para la introspección en un año cuya cosecha de sangre ya es bien conocida.

Cuatro días para abandonar la rutina y tratar de conectarse o reconectarse con uno más allá del sádico recuento de los muertos cotidianos.

Tiempo de pensar en las vidas paralelas, en que la República es grande y la violencia no es uniforme. Hay estados como Chihuahua y Guerrero en los que no hay día sin entierro, mientras que en otros como Querétaro o Yucatán la gente muere de muerte natural.

Hay colonias en cada ciudad donde el silencio sólo se interrumpe, si acaso, por el ladrido de un perro; mientras que en otras las ráfagas de ametralladora son parte consustancial del paisaje auditivo.

Somos, como tituló el poeta Jorge Luis Borges a una de sus antologías, “El otro, el mismo”.

Consuela tener la conciencia tranquila, poder pasear un rato, ir a un museo, jugar una cascarita de futbol, ir al cine, pero desespera que otros mexicanos no puedan hacerlo.

Como la familia de un marino, que sólo cumplía con su deber, haya sido masacrada; que el futuro de dos estudiantes de excelencia haya sido truncado; que 17 muchachitos de fiesta y ahora otros 10 en un traslado cualquiera hayan sido asesinados. Y tantos y tantos más…

Sí, estamos usted y yo de vacaciones, pero ¿qué descanso puede encontrarse en la conciencia de no saber cuándo y cómo regresará la civilidad a nuestro país?

No se trata de pretender que a nadie le pase nada, eso no existe en la vida, pero sí de reencontrar para México una semana —santa o no santa— en la que pueda registrarse un saldo blanco. 
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