México
El hechizo del Sueño
En el verano de 1970, Ron Rosenbaum, maestro de la Universidad de Yale, decidió ir a ver Sueño de una noche de verano dirigida por Peter Brook, en un teatro de Stratford-upon-Avon
Fue como si el mismo filtro de amor que utilizó Oberon con Titania se lo hubieran puesto a él, y como el hechizo consistía en enamorarse perdidamente de lo primero que viera, como lo primero que había visto era esa obra de teatro, por fin entendió de qué demonios se trataba todo eso que tiene que ver con Shakespeare.
Nunca ha vuelto a tener una experiencia como ésta, sin que haya visto otras con grandes actores, ni aunque haya leído, una y otra vez, todas las obras del Bardo. Nunca más volvió a entender a un Shakespeare igual ni ha habido algo parecido a esa experiencia con el Sueño.
“Todo el tiempo he buscado algo —dice Rosenbaum— y rara vez la he encontrado en el arte o en la vida y, aunque sé que el amor a primera vista no dura mucho, con el Sueño ha durado hasta ahora”.
Muchos creen que el Sueño es un epitalamio —un tributo poético en la noche de bodas—, o un interludio para posponer las delicias del amor, como intenta hacerlo Teseo —temeroso de su fuerza—, tal como lo vemos cuando Filóstrato contrata a un grupo de artesanos, con Bottom a la cabeza, aunque haya sido de burro.
Es una obra en donde se mantiene la tensión sexual y después de los fuegos artificiales que van de un lado para el otro entre los amantes —entre Oberon y Titania; entre Teseo e Hipólita; Lisandro y Hermia; Demetrio y Helena o entre Bottom, el tejedor y Titania, la reina de las Hadas— las parejas práctica y virtualmente se acoplan en el escenario y sus discursos burbujeaban, revientan y se esparcen como cuando destapamos una botella de champaña.
Esa noche en Stratford-upon-Avon, cuando Ron Rosenbaum despertó y lo que había visto era el Sueño de una noche de verano dirigida por Peter Brook, supo que una obra que es como su nombre lo indica, un sueño, uno puede estar y no estar al mismo tiempo, como lo experimentamos cuando soñamos y nos transportamos a otra realidad y de ahí a la fantasía.
Cada línea en las obras de Shakespeare es un átomo que puede liberar una energía infinita, si es que encontramos la manera de destaparlo —como decía Peter Brook— y tal como lo logró hacer Rosenbaum con el Sueño.
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