México

El espíritu de la democracia

Los festejos de los centenarios debieran estimular esta ruptura de nuestras tendencias dictatoriales, favoreciendo un progreso tangible del espíritu de la auténtica democracia

El poder político nace de una doble vertiente, por un lado el liderazgo natural de algunos individuos, y por otro la necesidad social de liderazgo. La comunidad humana en efecto necesita conducción para organizar su dinámica interna, para crecer y desarrollarse, también para defenderse frente a las agresiones posibles a que se ve expuesta. A lo largo del tiempo esta necesidad ha originado todo tipo de sistemas políticos orientados al otorgamiento de poder a individuos, grupos o instituciones ordenados a este bien común.

Aunque la unidad social en materia de ideas y proyectos ha sido una plataforma muy efectiva a la hora de lograr metas, la complejidad y la diversidad del mundo moderno hicieron indispensable la generación de normas y sistemas que dieran voz y voto a todas las posibles posturas presentes en una comunidad. De esta suerte la diversidad de los partidos representó originalmente la diversidad de las ideologías; superadas las ideologías como norma absoluta, fenómeno típico de la posmodernidad, los partidos políticos del presente se han ido constituyendo más como facilitadores de intereses sociales diversos que como expresión de aparatos de pensamiento definidos.

Esta evolución del sistema político exige como siempre el desarrollo del espíritu democrático en el seno de la sociedad, a fin de que sus integrantes no vean a quienes piensan o creen distinto como enemigos a los que hay que aniquilar, sino como propuestas a las que se debe incluir para enriquecer el tejido social. En el siglo XIX mexicano liberales y conservadores se dieron a la tarea de combatirse a muerte en nombre de la democracia y de la libertad; cada vez que una de estas facciones conquistaron el poder se afirmaron como absolutas negando a sus oponentes el derecho a existir, con lo cual mostraban que la bandera de la democracia sólo había sido un medio perversamente manejado para alcanzar el poder y con el poder en la mano atropellar el medio que habían enaltecido.

Actualmente las cosas no han cambiado del todo. Con demasiada facilidad las huestes seguidoras de tales o cuales partidos pisotean el espíritu de la democracia en nombre de la democracia, y niegan a sus oponentes el derecho que exigen para sí. En lugar del debate político lo que se instala es el pleito callejero, donde a falta de razones se esgrimen calificativos, buscando alcanzar por medio del enardecimiento lo que no se puede lograr por medio de la inteligencia. Ciertamente nadie se ha escapado de esta deformación de la política mostrando que por casi 200 años no hemos hecho sino dar vueltas en torno a nosotros mismos sin lograr ponernos por encima de nosotros mismos para lograr mirar más allá de nuestros muros mentales. Los festejos de los centenarios debieran estimular esta ruptura de nuestras tendencias dictatoriales, favoreciendo un progreso tangible del espíritu de la auténtica democracia.
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