México

El embajador mordaza

Su renuncia sólo puede ser entendida como una gran señal de la Casa Blanca y su Departamento de Estado hacia Los Pinos, y más que nunca, al Presidente Felipe Calderón

Todavía una semana después de que el Presidente Calderón declaró a los editores de “The Washington Post” que ya no confiaba en él, Carlos Pascual, embajador de Estados Unidos en México a punto de dejar la plaza, mantenía una interlocución del más alto nivel. En ese lapso tuvo distintos contactos con tres secretarios de Estado de los más relevantes en la administración, un integrante del equipo más cercano al Jefe del Ejecutivo, un subsecretario y varios líderes sociales.

Sin embargo, desde la difusión de los cables a través de WikiLeaks, las reglas de la política exterior de su país le obligaron a una ley mordaza a la que se ciñó: no podía decir nada de los despachos exhibidos porque la línea de Washington fue que ni se confirma ni se desmiente información confidencial, poco podía abundar sobre el escándalo de “Rápido y Furioso”, porque allá respetan el sigilo de una investigación en curso, ni qué decir sobre los aviones sobrevolando territorio nacional, pues casi cualquier frase emitida hubiera encendido aún más la indignación.

Sometido a esta mordaza y sin haber reportado a sus superiores nada que no se hubiera reflejado antes en los medios de comunicación mexicanos sobre los vaivenes de la política nacional y la guerra contra el crimen organizado, Pascual fue removido de su cargo, en el que permaneció 19 meses.

Su renuncia sólo puede ser entendida como una gran señal de la Casa Blanca y su Departamento de Estado hacia Los Pinos, y más que nunca, al Presidente Felipe Calderón, quien fue directa y públicamente quien desacreditó al diplomático experto en “estados fallidos”.

Estados Unidos exhibe también con esta medida un poco de vergüenza propia —que por lo menos en materia de política exterior, diferencia para mejor a la gestión de Barack Obama—. Evidenciado en los cables de WikiLeaks por su medianía analítica y de inteligencia, desnudado en su obsesión unilateral y falta de confianza hacia las instituciones mexicanas que tanto alaba “de dientes para afuera”, y haciendo pagar un alto costo político a su aliado Calderón, quien autorizó sin decir a nadie el sobrevuelo de sus aviones espías en el espacio aéreo mexicano, lo de menos era tener un gesto con quien ha sido cuestionado y criticado por todo esto: el Presidente de México.

Pese al congelamiento de Pascual, Calderón siguió su línea de profundizar los vínculos con Washington. Al aceptar la renuncia, Obama reconoce que la relación bilateral no sólo pasa por la embajada, sino también por las agencias de seguridad, y da al Mandatario mexicano la oportunidad de reivindicar al Ejército, del que el renunciante sugirió que no quiso actuar contra Arturo Beltrán Leyva.

En la entrevista que concedió al director editorial de “El Universal”, Roberto Rock, el 22 de febrero pasado, el Presidente aludió claramente a los comentarios de Pascual sobre el equipo de seguridad, léase el Ejército Mexicano.

Saciamorbos

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