México
El día que Calderón pidió la cabeza de Pascual
Carlos Pascual, embajador de carrera y académico connotado, no llegó a México a inaugurar exposiciones de arte ni figurar en las páginas de sociales
Carlos Pascual, embajador de carrera y académico connotado, no llegó a México a inaugurar exposiciones de arte ni figurar en las páginas de sociales. Inauguró, a una cuadra de la sede de la embajada sobre el Paseo de la Reforma del Distrito Federal, una oficina de la Iniciativa Mérida, donde trabajan en temas de inteligencia especialistas mexicanos y estadounidenses, y su voz era referencia constante de las primeras planas de los diarios nacionales. Desde que aterrizó en Guadalajara hace 19 meses la señal de “éste va en serio” fue inequívoca: llegó con Obama en su avión, el Air Force One, algo inusual para un representante diplomático.
Pascual rediseñó la cooperación de las dos naciones en materia de seguridad en medio de una doble frustración: la del Gobierno de México que sólo ha recibido una cuarta parte de la ayuda prometida en la Iniciativa Mérida pero ya es sometido a todas las evaluaciones del Congreso estadounidense y las Organizaciones No Gubernamentales relevantes (llegó el garrote, pero no la zanahoria); y la de los políticos de nuestro vecino que simplemente no ven avances, ruta ni destino en la estrategia de Calderón contra el narcotráfico.
Nunca fue un embajador protocolario. Fue analítico, escrutador, muy “movido” en las esferas políticas al grado de resultar incómodo a dos personajes con quienes nunca tuvo buena relación: la canciller Patricia Espinosa y el representante de México en Washington, Arturo Sarukhán. Siempre cuestionaron su protagonismo en la relación bilateral y excesiva intromisión. Y claro, era embajador de Estados Unidos, puesto aquí para defender sus intereses... porque de pronto parece que algunos piensan que su misión era ponerse del lado de México.
Cuando se filtraron los cables por WikiLeaks su permanencia se volvió un tema de Estado para el Presidente de México, indispuesto a soportar cualquier cuestionamiento al Ejército por parte del embajador. Por ahí reventó la liga. Lo de menos fue agitar el sentimiento nacionalista que siempre da votos, subir al PRI y al PRD al barco de la “invasión extranjera” (marcadamente a la excanciller Rosario Green y al coordinador Carlos Navarrete), y terminar obteniendo la cabeza deseada, aunque sea a regañadientes (léase la carta de Clinton donde se informa de la renuncia).
Borrón y cuenta nueva. Y a empezar desde frío.
Saciamorbos
Que no lo den por muerto. Su amigo y colega Jim, cercanísimo a la poderosa canciller, lo rescatará. Y entonces, más arriba y más cerca, seguirá diciendo lo mismo.
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