México
El clóset de la inexistencia
Pocas cosas le cuesta tanto trabajo a la Iglesia Católica procesar como el homosexualismo
Las confrontaciones con la Corte y el Gobierno del Distrito Federal no son en ese sentido personales, sino dogmáticas.
Es un tema que les es particularmente difícil por la contradicción que implica un dogma estricto y una práctica cotidiana compleja.
Heinrich Shaefer, teólogo y sociólogo alemán de la Universidad de Bielefeld, narra esta anécdota que, me parece, pinta como ninguna esta contradicción.
Los nombres y el lugar de la reunión se omiten para proteger la identidad de las personas.
Fue en un congreso académico en el que teólogos y estudiosos de la religión de diversos credos y denominaciones de todo el mundo habían sido convocados para discutir temas que afectaban a las iglesias.
Era un ambiente estrictamente académico. En una de las mesas quien hablaba como católico era un monseñor serio, estudioso y algo amanerado.
Conforme fue avanzando la discusión comenzó también a circular el alcohol. Cada ronda monseñor se relajaba más, participaba más y cada ronda también se mostraba más amanerado. El rígido monseñor terminó por perder la compostura.
Finalmente alguien puso sobre la mesa el tema de la homosexualidad en las iglesias, un asunto sin duda común y transversal, que no es exclusivo de un credo o una región.
Un pastor luterano danés dijo de manera enfática que la preferencia sexual de las personas no era un tema de las iglesias, que finalmente un pastor era un pastor y que su vida privada no tenía relación alguna con el magisterio de la Iglesia. Ser homosexual o heterosexual no hace a alguien mejor persona, ni mejor pastor.
Quien se enfrascó en la discusión fue otro pastor, éste de origen indio, y que ejercía su magisterio en un contexto cultural radicalmente distinto. En la India, dijo, un pastor homosexual es absolutamente impensable, no es socialmente aceptado y sostenía que las iglesias no debían admitir pastores homosexuales.
Monseñor se quedó callado y siguió tomando. La discusión se prolongó sin que la voz del sacerdote católico en esa reunión pronunciara palabra alguna, sólo tomaba y observaba melancólicamente.
Finalmente, alguien lo interpeló y le preguntó cuál era la visión de la Iglesia Católica en el tema del homosexualismo entre los ministros de culto. “Para el Vaticano ni siquiera existimos”, contestó monseñor con profunda tristeza.
La posición de la Iglesia Católica respecto a los derechos homosexuales no puede ser distinta, si por principio no se reconoce ni siquiera la existencia.
Mientras la Iglesia siga pensando que ser homosexual es “un pecado” o “una desviación”, mientras no sean capaces de reconocer que una parte importante de sus sacerdotes son homosexuales y que eso no los hace ni mejores ni peores sacerdotes, va a ser muy difícil que pueda entablarse un diálogo.
Del debate, ya judicializado, entre Ebrard y sus contrapartes Valdemar y Sandoval, no va a salir nada que no sean chispas.
En una cultura católica y machista los derechos y las “victorias” de la izquierda seguirán siendo de papel, y la Iglesia Católica el clóset de la inexistencia.
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